martes, 17 de noviembre de 2009

Una amiga incondicional


Intento completar un trabajo de esos que suelen desvelar a uno cuando se va acabando el cuatrimestre. Son las once de la noche, mis ojos solo desean estar cerrados y mi cuerpo se siente tentado a pasar a la cama, pero no hay más tiempo para resolver este asunto, así que ¡valor Yuyita!
Un mensaje parpadeante en la pantalla me avisa que alguien me habla y que además olvide cerrar el Messenger. Es Marianita, dice ¨Hola¨.
Quiero emocionarme de encontrarla ¨online¨ como hace par de años atrás, de verdad quisiera sentir interés por saber como esta y quizás desahogar en una conversación aunque sea un poco la carga de esta semana tan llena de estrés y ocupaciones, sin mencionar la lista de líos internos que atentan contra mi estabilidad mental.
Pero a ella tampoco le importa eso, en realidad nunca le intereso lo que tuviera que decir sobre mi vida, ni para bien, ni para mal. Pues nuestra amistad fue una de esas relaciones unidireccionales en las que solamente ella y sus problemas tenían relevancia.
Como aquel día en que a mi madre la intervinieron de emergencia y en mi casa todo se volvió un caos. Apenas tenía doce años y para mi familia era más útil que yo me quedara en casa cuidando de mis primos y hermanos que en el hospital.
En aquel entonces todavía creía en esas ideas de la amistad incondicional que tanto cantaban en las novelitas y series para adolescentes que veía en la TV, por eso la llame desconsolada (y exageradamente dramática) para pedirle que viniera a mi casa a hacerme compañía mientras se arreglaba la situación, de respuesta solo tuve su prisa e indiferencia, pues iba de camino a una tienda con su madre y tenía la esperanza de que le compraran un pantalón con flequitos (que en ese momento era el ultimo grito de la moda)...

Meses después me obsesioné con un vestido amarillo que vi en una tienda, pero costaba tanto que con la suma se podía pagar un mes de teléfono y la factura del agua en la casa, mi madre me dijo que si ahorraba una buena parte del dinero ella pondría lo que restaba para que pudiera tenerlo. Tanto me esforcé en conseguir el dinero que deje de comprar merienda en el colegio. Cuando ya solo me faltaban doscientos pesos para completar la cantidad, Marianita se apareció llorando a mi casa porque su padre se había negado a darle dinero y su novio cumpliría años en una semana. Finalmente se hincó y con los ojos llenos de lágrimas me rogó que le prestara dinero, que en cuanto su madre regresara de un viaje me lo retornaría.
Yo que entendía que en las verdaderas amistades hay que ser INCONDICIONAL le di todo el dinero que había guardado con tantos sacrificios.
El vestido nunca llego a mi closet así como el dinero nunca retorno a mis manos y a Marianita ni siquiera le importo haberme escuchado por semanas hablar de aquel vestido amarillo.
Es increible que en ese entonces nunca reparara en que siempre ridiculizaba a todos mis novios y enamorados, llevándome al punto de sentir más miedo por su aprobación que por la de mi madre, siempre fue indiferente a mis relatos personales y si yo caía ella era la primera en reírse.
Pero eso si, cada 14 de febrero ella se esmeraba haciendo una tarjetita en la que escribía que yo era su mejor amiga y que siempre podía contar con ella, igual el día de mi cumpleaños y cuando llegaba el año nuevo.
Cuando la universidad nos separó me libere de mi ¨gran amiga,¨ solo de vez en cuando la encontraba en el Messenger y hablábamos de su tema favorito: ella misma.
Pero ya no me emocionaba su vida, la mía se había vuelto más interesante y ahora había conocido a personas a las que si les interesaba lo que yo tuviera que decir.
Cuando mire hacia atrás y comprendí el egoísmo de Marianita sentí como mágica y definitivamente salió de mi corazón y sin importar lo que ella pueda decir o hacer no hay nada que pueda hacerme quererla otra vez.
Por eso sin siquiera tomarme la molestia de inventar una excusa para salir rápido de ella, decidí bloquearla en mi Messenger y de paso cerrar el programa para no tener más molestas interrupciones.