domingo, 13 de febrero de 2011

Un cursi corazón de cartón


La vi subir las escaleras, resaltando entre la multitud que fluía animada por la plaza comercial, era difícil no notarla con aquel vestido rojo tan brillante, su larga cabellera negra a mitad de la espalda, cargando un corazón de cartón que triplicaba el tamaño de su cabeza, no llegaba a tener 15 años, quizás los había cumplido.

La vi desfilar hacia el restaurante donde estaba sentada, se distrajo más de una vez observando su reflejo en las vitrinas por eso ni se dio cuenta que tenía casi enfrente al dueño de ese desproporcionado y acartonado corazón que llevaba agarrado.

El tenía flores y un felpudo oso de peluche escondidos detrás de su espalda, cuando la tuvo enfrente sonrió y se los entrego, ella puso una de las expresiones más emocionantes, espontáneas y sinceras que recuerdo haber presenciado. Con la mano en el rostro, abrió la boca mostrando sorpresa y lo abrazo fuerte durante un largo rato, se desprendió de su cuello solo para entregarle el corazón que llevaba como regalo para él.

Eran dos jovencitos, ninguno llegaba a los 17 años, pero se veían tan o mucho más enamorados que muchas parejas que conozco… Incluyéndome.

Los vi, no pude evitar sonreír, perderme en su historia y pensar: “eso es San Valentín”.

Los envidie un poco, pero no pude evitar pensar en ella y decirle mentalmente: “mi niña que Dios te de fuerzas para todas las desilusiones que te harán llorar al recordar este mágico momento”.

¿Qué pasa conmigo?, ¿de dónde me salió ese terrible pesimismo?, ¿Por qué no puedo dejar de pensar así?... ¿Será la envidia o la experiencia manifestándose?

Este asunto de ser adulto le quita la mitad de la diversión a la vida, yo que siempre defendí las cursilerías y el día de San Valentín, me enfrento con una Yuyita a la que de verdad le da tres pepinos que sea 14, 15 o 38 de febrero. De hecho esta vez ni recordaba el asunto, mi mente anda bastante ocupada calculando cuando debo y cómo voy a pagar el dinero que debo en la tarjeta de crédito, haciendo malabares mentales buscando de que cosas puedo prescindir para reducir mi lista de gastos y así saldar mi extensa lista de deudas.

Nunca quise sacar una tarjeta de crédito, pero mis familiares y conocidos me convencieron de que necesitaba crear “crédito” porque ya era una persona adulta y podía necesitar un préstamo en cualquier momento. Hasta ahora para lo único que me ha servido es para comprar un montón de cosas que no necesito y que además estan muy fuera de mi alcance económico, ah claro y para darme muchos dolores de cabeza.

Leonardo tiene semanas quejándose de lo mal que va el negocio y como sus esfuerzos por cobrarle a los clientes que le deben ha resultado inútil. Anda de mal humor, estresado y hasta cuando le hablo del clima termina gritándome que no tiene dinero.

Muchas horas de trabajo, estrés, presión, deseos reprimidos, responsabilidades y situaciones que ni siquiera era capaz de imaginar antes de cumplir 17, me han atrapado.

Que si hay que contar las calorías, obligarme a ir al gimnasio, ir a reuniones en las que jamás iría por mi propia voluntad, el maquillaje, las cremas para evitar estrías, celulitis, arrugas prematuras o cualquier otro defecto. Ser una esclava de la moda, lo ultimo en tecnología o lo que pueda traducirse a quedarme atrás del resto, pues hay que cuidar la imagen de que se tiene cierto nivel socioeconómico, lo que a la larga busca repercutir en el aspecto profesional que se traduce a más dinero en el bolsillo (la estrategia de gastar más para conseguir más).
Lograr que eso influya y ayude a conseguir el aumento, un ascenso de posición, un nuevo trabajo, algo que ayude a lograr la anhelada independencia, que no es más que adquirir nuevas ataduras, desgastarnos más y el día menos pensado mirarnos en un espejo y darnos cuenta que ya no somos eso que veíamos antes. De pronto y aunque parezca irreal, la vejez anda mucho más cerca de lo que recordamos haberla visto la última vez.

El pasado viernes, mi tío Juan vino de visita, creo que no supe disimular lo impresionada que quede al verlo lleno de canas, luciendo frágil y algo encorvado, como jamás lo imagine. Ese no es el tío alegre, joven y buenmozo que recuerdo haber despedido hace algunos años. ¿Qué le pasó?, le pregunte a mi mamá; el calendario, me respondió ella.

¿De dónde salieron tantas canas?, supongo que del mismo lugar de donde salieron mis curvas en la adolescencia, esa etapa en la que debí quedarme al menos durante diez años mas.

Mi rostro y formas también van cambiando, lo hacen sin que me dé cuenta, el tiempo anda con prisa y parece que ya hasta se ha llevado mi cursilería y los deseos de celebrar San Valentín.

Pero me niego a dejar morir la poca ilusión que aún me queda dentro, no importa si Leonardo ande mas ácido que un limón y mis amigas anden perdidas en sus vidas y sus amores, creo que yo me merezco un corazón.

Uno grande, bonito y rojo, como el que llevaba la muchachita del mall, un corazón que para crearlo requerirá de mi esfuerzo, creatividad e imaginación, así como todos los materiales que usaba en el colegio para armar el mural de cada mes.

Lo voy a llenar de escarcha, voy a escribir todos los nombres de a quienes amo, le pegaré pequeñas imágenes de algunas de mis fotos favoritas y lo colgare donde lo pueda ver al despertar.

Me regalare esa cursilería llena de amor de mí para mí misma, que importa si no tiene sentido, hasta ahora para lo único que me ha servido el mundo adulto, su lógica y la jodida practicidad es para aburrirme a morir.

¡Que viva San Valentín, que viva el amor siento por mi!