sábado, 28 de enero de 2012

La extraña frente a mi espejo


Lumy, la amiga de mi madre recién se opero los senos, los ojos y el mentón, todo de un solo golpe. Dijo que no iba a vivir ese proceso tres veces y que no le importaba la cuota de dolor que tuviera que pagar. Mami me ha arrastrado a la clínica para ir a verla.
Esta irreconocible, y todavía esa expresión no es para bien.
De muy buen humor, Lumy nos recibe, hace bromas, trata de mantener una conversación aún cuando apenas es posible para ella hablar.
Mi madre sale un momento de la habitación para atender una llamada y Lumy agarra mi mano apretándola muy fuerte y me dice: No sabes lo que yo daría por tener tus veinte años, por tener tu juventud otra vez. El día menos pensado te buscaras frente al espejo, pero solo encontraras a una vieja que no reconoces.

No sé porque me lo dijo, pero sigo escuchando sus palabras una y otra vez en mi cabeza. Me imagino con arrugas, canas y otras tantas cosas propias de la edad, frente al espejo, imagino la sensación de impotencia, de negación y me da tanto miedo.

¿Y yo, que voy a hacer cuando me toque?
Ojala no me toque convertirme en una desconocida frente al espejo… Supongo que todos pensamos eso.

Ya no me parece tan chistoso ni agradable eso de “que cumplas muchos años más”, en cada cumpleaños y el “hasta que la muerte los separe” de las bodas me resulta bochornoso. Solo visualizo la vergüenza de dejarte ver convertida en nada con el pasar de los años frente a esa persona que una vez tu apariencia logro enamorar.

Y con estos pensamientos tan singulares en mente, una tarde encontré un reality show que llamo mi atención, era de mujeres sobre los 35 años que aspiraban a ser modelos profesionales. Como es normal en este tipo de programas, al grupo de participantes se les asigna un reto o misión que debe superar, un fotógrafo les instruía sobre como posar en una toma bajo el agua y estas hacían el trabajo.
Pero la actitud de estas mujeres no era la que ya conocía de los participantes de otros programas de realidad, querían ganar, estaban conscientes de que competían, asimilaban las ordenes que se les daba, sin embargo, no estaban temerosas o con la obediencia de un niño de preescolar.

Tenían seguridad, hacían las cosas a su ritmo, imponían sus reglas, exigían respeto a sus límites.
“Entrare al agua y lo hare lo mejor que pueda, pero no voy a durar más de diez segundos en cada toma, no sé nadar”, eso le dijo una de las participantes al fotógrafo, de manera amable, pero firme.

Entonces me dije, eso tiene de ventaja la madurez, para eso es bueno el tiempo, para dejar de ser tan veleta, para saber lo que quieres, para hacer valer tus deseos y pensamientos, para no permitir que jueguen contigo o te marquen el ritmo.

Supongo que hay un punto en que uno se da cuenta de que la única persona que agradece la lealtad y los sacrificios que se hacen a su favor, es uno mismo. Los demás van, vienen, se enojan, perdonan, están ocupados, regresan, nos olvidan, dejan de estar.

Además de las canas, las arrugas, la piel manchada y demás, los años nos regalan sabiduría, nos libera de cosas innecesarias que cargamos durante mucho tiempo, nos permite ser más “yo”, y le resta importancia a los “demás” en cuanto a decisiones cruciales de la vida.

Estoy segura de que Lumy no deja de tener la razón, pero que le voy a hacer, en lo que tarda la extraña en aparecer frente a mi espejo, disfrutare del proceso de convertirme en esa mujer decidida y bien plantada que ya no va a temer decir que no, cuando realmente no desee algo.

domingo, 22 de enero de 2012

La boda inventada


¿Sabes cómo gastar 219 pesos pendejamente?, fácil, invéntate una boda fantasma, créetela, entusiásmate saliendo a comprar artículos para tu nueva casa y encapríchate con un estúpido perrito de cerámica, para adornar cualquier sitio.

Eso fue lo que hice yo cuando invertí mas de siete mil pesos en cosas que tienen 365 días y un poco más en una esquina almacenando polvo, pasando vicisitudes, padeciendo mi indiferencia.

Bueno, no fue que yo me imagine una boda o algo así, más bien fue que en uno de esos golpes de amor en mi relación con Leonardo, no me pareció tan espantosa la idea de vivir bajo el mismo el techo y jugar a la casita feliz. Me deje convencer por su entusiasmo y su determinación al advertirme que lo máximo que podría estar sin ser mi esposo serian seis meses, ya para mayo él quería tenerme ocupando el otro lado de su cama.

¿Qué si me entusiasme con la boda?, no había boda de la cual hablar, yo nunca me imagine eso, tanta gente en contra de la relación, las idioteces que ambos cometimos en el camino y otros tantos periquitos más, hacían que fuera realmente absurdo siquiera considerar hacer una celebración
.

Se lo conté a una de mis amigas más cercanas y luego de par de muecas, en las que trato de disimular que estaba en desacuerdo con aquel disparate, me dijo que tal vez así se iban a acabar muchos de los problemas que teníamos.
Yo había oído cosas estúpidas pero eso sigue ocupando una de las primeras posiciones en mi top ten, ¿Cuándo se ha visto que un matrimonio arregla una relación jodida?, ¿Acaso la convivencia saca lo mejor de cada quien o se convierte en un remedio mágico para los defectos del otro?

Las fundas siguen intactas en la misma esquina en que las colocamos ese feliz día de diciembre en que salimos a comprar todo. Lo próximo en la lista era la cama, ya estábamos de acuerdo en el tipo de cama que queríamos, lo que aún estaba discusión era el color de la habitación.

Yo me creí tanto el cuento que exigí una llave de la casa, lo regañaba cuando veía que no despolvaba algunas partes de la casa o no me comunicaba alguna decisión del residencial. Hable con la vecina de la quinta, que es como la líder del lugar, ella encabeza la junta de vecinos y le informe que como estaría próximamente viviendo allí ya quería comenzar a asistir a las reuniones y estar al tanto de todo.

El día que dije eso, debí haber tenido el “señora” en la cabeza, metida en el personaje de doña Yuyita, parecía todo un pavo real. Pero me hicieron rápidamente descender cuando la vecina me dijo de una manera muy educada que solo cuando ya estuviera viviendo en la casa podría participar de las reuniones.

Durante esos meses tire a la basura tantos años de principios feministas que me fueron inculcados, yo solo aspiraba a ser la mejor ama de casa, la perfecta mujer de Leonardo. Y lo torture con mis guisos y todas las recetas que me inventaba o buscaba en internet, solo para demostrarle lo que iba a encontrar en casa cuando llegara por las noches.
Hoy en día, considero una muestra de verdadero amor el haberse comido una harina de negrito que le prepare una noche. Parecía mas vomito que comida y apenas pasaba por la garganta, pero él se la comió toda y no me hizo critica alguna. Yo me di cuenta de lo terrible que estaba cuando me anime a probarla al final.

Me pregunto qué debo hacer con estas cosas que compramos, tal vez deba regalarlas o venderlas a una de mis amigas que andan armando boda, entregárselas a mi madre para que disponga de ellas en la casa, aunque me ametralle con preguntas, o darle la libertad a Leonardo para que las use en su casa si lo desea… O nada de lo anterior.

Todavía no estoy lista para desprenderme de esto, de este pedazo de mi vida que se quedo en planes. Increíble como se pasa del amor al odio en un abrir y cerrar de ojos, como de no poder estar separados de pronto ya no puedes ni verle. Pero ya Yuyita, deja de darle tantas vueltas a lo mismo, así es la vida y no hay de otra. Supongo que este capítulo de mi vida lo podre archivar con el nombre de la boda inventada, es en lo único en lo que puedo intervenir a estar alturas... Y las fundas, pues que se queden ahí un rato mas, es la única prueba que tengo de que no me invente todo este cuento.

La ruedita del hamster


“Me siento tan vacía” fueron las palabras de Lolita, me lo dijo así de repente y de la nada, en una pausa de esas interminables conversaciones triviales que tenemos para disipar la mente.
Quede muda, tenía tanto que decir que mejor callaba. Yo también me siento así, sobre todo después de haber pasado un período festivo o de asueto.

Unas breves vacaciones es todo lo que necesito para darme cuenta de lo vacía que esta mi vida, que sin trabajo, yo no soy mucha cosa, poco valor le quedan a esas horas que se quedan desocupadas y en las que tiendo a ponerme algo triste.

La sensación es más parecida a tener un gran y hermoso baúl sin contar con nada que ponerle dentro... Uno puede convencerse de que es prescindible y abandonarlo en el camino, enfocarse en el montón de cosas que no dejan ni pensar con claridad. Pero igual ese baúl no va a pasar a ser de nadie más, ni se va a llenar con otra cosa que no sea lo que le corresponde.

Siempre llega a mi cabeza aquella frase de “Vivir para trabajar o trabajar para vivir”, es definitivo y patético pero real, yo vivo para trabajar y hasta las cosas que hago supuestamente por mí, como ejercitarme, ir a terapia, comprar ropa y demás, todas al final las hago para poder seguir trabajando. Para parecer equilibrada, para tener algo de ánimo, para mantener en calma el estrés, para estar presentable, para poder.

Es por eso que en diciembre, cuando me dispuse a crear mi lista de metas 2012 el primer lugar lo ocupo “vivir más”. Y me propongo cumplirlo con seriedad, porque si no lo hago, sospecho que un día me descubriré una anciana llena de medallas, reconocimientos, logros profesionales y con la alegría y el corazón más arrugado que una pasa.

Suena como algo que podría suceder un día muy lejano, pero que va, los días andan corriendo, los meses ni piden permiso, andan con más prisa que yo un lunes cualquiera.

No, este vacío no se llena con religiones, dioses católicos, evangélicos, ni de ninguna otra clase, que nadie me hable de nada parecido. Tampoco es falta de amores, de amigos o de familia, de todo eso tengo y llenan su cuota de alegría en mi vida. No son metas no alcanzadas, ni anhelos que no llegan…

Me siento presa de mi misma, de este sistema social tan cuadrado, con edades, límites y el mismo libreto para todos. Todos los días las mismas calles, las mismas cosas, el mismo afán… Es como si estuviera en una ruedita de esas en las que corren los hámster, donde ellos se esfuerzan y se esfuerzan, pero siempre están en el mismo lugar, la ruedita corre pero una base se encarga de que se quede estática dando vueltas en el aire.

Tantas veces me pregunto, ¿y si en lugar de estar en esa ruedita estática, pudiera correr en campo abierto?, perdería el confort y la seguridad de la jaula, pero me daría la oportunidad de sentir que estoy viviendo, que no soy tan cobarde, que me atreví a lo que pocos se atreven: a hacer lo que de verdad quise. Y al final de mis días en lugar de reconocimientos y logros, lo que me queden sean las alegrías y experiencias de lo que yo elegí para vivir.