domingo, 14 de noviembre de 2010

Demasiado buena para aguantar vainas


Lolita acaba de terminar con su novio, ella dice que él quería cambiarla y que por nada en el mundo le va a permitir a un hombre cambiar su esencia. Yo pienso que ella exagera, pero no me atrevo a opinar, con el tiempo he aprendido que en la amistad es más valioso escuchar, acompañar y callar.
Raúl, el ahora ex novio de Lolita, siempre me pareció un buen chico, educado, inteligente y simpático.
Su prudencia y buen manejo contrasta con el espíritu extrovertido, bulloso y alocado de Lolita, la mayor parte del tiempo eso le maravillaba de ella pero a veces el asunto se salía de control, él solo atinaba a susurrarle en los oídos, “Lola baja un poco la voz”.
Y fue precisamente esa expresión lo que desencadeno el pleito final, eso fue suficiente para que mi escultural amiga tomara la determinación de sacarlo de su vida. “Estoy demasiado buena como para estarle aguantando vainas a un hombre, ahora mismo puedo elegir estar con quien yo desee”, me dijo. De hecho era una frase bastante frecuente en ella y la verdad no era del todo errada; era joven y muy hermosa.
La pregunta es: ¿ser joven y bella realmente te garantiza que vas a poder elegir a quien quieras cuando lo desees?
Sé que la respuesta es no, conozco a demasiadas mujeres bellas, inteligentes, interesantes y jóvenes que están solteras y esperando encontrar ese compañero de vida para ser un poco más felices, ¡y caray sí que les ha costado!
El asunto es que cuando alguna sale de la soltería entonces se le aconseja no permitir que un hombre la cambie, no permanecer en una relación que deje de proporcionarle felicidad, buscar un hombre tan preparado profesional y económicamente como ella lo merece y si nada de esto coincide con las cualidades del hombre y la relación entonces hay que dejarlo, porque ante todo “debemos valorarnos”.
Y en ese juego pasan los años, el amor se vuelve cada vez menos romántico, más práctico, directo y difícil de encontrar... Pueden suceder varias cosas, por ejemplo:
Ella sigue soltera mira a su alrededor y al parecer todo el mundo encontró con quien estar, todos están casados, feliz o infelizmente, pero casados, y ella en el medio del mundo sintiendo como la naturaleza la hace desear cada vez con mayor fuerza crear un ser en su vientre y formar la familia que todos dicen hay que tener. La verdad es que ya ni le importa encontrar el príncipe azul, esta más enfocada en no perder más tiempo y crear una familia aunque sus hijos no tengan padre.
La mujer casada recuerda con nostalgia aquellos días de noviazgo en que su aún novio no solo decía que iría a bajarle la luna si ella se lo pidiera, ella sabía que no mentía, él era capaz de eso y de más... La sensación le da nostalgia. Por otro lado los hijos están ahí, ella los ama, no los cambiaría por nada en el mundo, pero no niega que extraña su cuerpo de veinteañera que paralizaba la respiración de cualquier hombre.
La divorciada se alegra de no tener a ningún hombre que le amargue su existencia, ya sufrió lo suficiente como para siquiera desear intentarlo otra vez, la idea le horroriza.
El mundo da vueltas y en ese ir y venir vemos de todo, no solo la derrota, también la otra cara de la moneda; esta aquella jovencita bonita que si se dio el valor, esperó y encontró a un maravilloso hombre que ahora es su marido, la mujer madura que le dio prioridad a su carrera y aplico sus estándares de exigencia a su vida amorosa, cosecha los frutos de su estrategia pues tiene un marido envidiable que pronto también la hará estrenarse como madre.
La mujer casada que se confiesa tan enamorada como el primer día y orgullosa de cada estría y libra ganada en la espera de sus amados retoños.
La divorciada que se siente renacer y espera con ansias y optimismo encontrar el amor de su vida… Otra vez.
Y en medio de todo eso estamos las que apenas empezamos a vivir y tememos elegir el camino equivocado. Tratando de hacer un balance entre esa mujer que se valora lo suficiente como para no dejarse atropellar y esa mujer que sabe cuándo es prudente perdonar y dejar pasar para que una relación funcione.
No aceptando cualquier cosa que se nos atraviese en el camino, pero sin perdernos en extravagantes exigencias.
Conscientes de que el tiempo nos pasa factura por cada curva y atributo con los que hechizamos en la juventud, de que al final solo queda nuestra esencia, lo que realmente somos como personas, lo que logramos construir, la cantidad de amor que ofrecemos y el que se nos retorna.
En fin, no hay receta para vivir, no sabemos cual personaje terminaremos siendo y para ser honestos las experiencias de los demás rara vez significan algo en nuestras propias vidas.
Cuando se toma un mismo camino a unos les va de maravilla y otros fracasan, a fin de cuentas todas las historias no se escriben con la misma tinta.

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