domingo, 29 de julio de 2012

Princesa desencantada


Cuando el amor se acaba no hay un momento específico que uno pueda pronunciar como ¨hora de la muerte¨, es un proceso impreciso, continuo y casi imperceptible muy parecido a cuando apagan las luces de un teatro. Primero apagan la parte de atrás, siguen los focos del centro y finalmente los del frente.

Ya cuando faltaban esas imaginarias luces del frente por apagarse, yo deje de sentirme especial, ya no era esa princesa encantada que él adoraba, por la que hubiera peleado mil batallas para rescatarla.
En este punto ya podía ignorarme con facilidad y mi desesperación por encontrar una explicación a lo ocurrido solo lograba alejarlo más. Era como si él ya no estuviera allí, como si alguien menos gentil y totalmente desinteresado en mi, le hubiera usurpado el alma.

Descartar la relación en esas circunstancias no es una opción, es lo que sucede aún te quedes estática y negada a aceptarlo. Desde el momento justo en que toda la magia se esfumó el único deseo que sentí fue el de volver a sentirme amada, valorada, importante. Volver a sentirme una princesa, la más especial de todas.

Y entonces apareció Enrique, con su pelo ondulado castaño, su look de artista bohemio, rebelde, osado, tan seguro de sí mismo y silencioso. Hasta el día en que ví a Enrique no creí en el llamado ¨amor a primera vista¨. Lo adore desde el primer instante, ni siquiera creí que contara con lo requerido para llamar la atención de alguien así.

Pero para mi sorpresa si lo hice y comenzamos a hablar de muchas cosas, hasta llegar al que siempre seria nuestro tema estelar ¨música y letras¨. El era músico sabía tocar  tres instrumentos, pero su favorito era la guitarra; y aún cuando no tenía ningún instrumento a mano, creaba melodías hasta dando toques con los dedos en cualquier superficie que encontrara.

Todo tiene un sonido musical para él, inclusive los sentimientos. Cuando nuestra amistad se fue afianzando, un día me llevó a un ensayo de jazz y luego de una pieza, que mi me pareció magistral, me dijo que yo era idéntica a esa música.  Yo, idéntica al jazz, ¡wow!.

Y si en algún momento dude de lo que quería con él, ese día, en aquel instante, cualquier indecisión, confusión o ambivalencia se evaporo.

Con muchísimo esfuerzo, contuve el imperioso deseo de besarlo, de brincarle encima, de gritarle al mundo que él me tenía loca de amor, con la ilusión renovada,  con la sonrisa más sincera y alegre que recuerdo haber lucido en mucho tiempo.

Cada vez que él se acercaba algo dentro de mí creaba chispas, algo se encendía con fuerza y determinación en mi interior.

Una vez  su brazo descubierto quedo muy junto al mío y el solo roce de su piel, me hacia respirar muy hondo y en silencio para contener tantas emociones, era una avalancha de sentimientos muy intensos.

¨¡Pero díselo!¨, me aconsejaban mis amigas, es que ellas no entendían que con él no eran fácil esas cosas, yo que no paro de hablar y hablar, cuando él estaba cerca prefería entrar en su silencio.
Siempre tan callado y tan musical, me decía una y otra vez que debía intentar escribir canciones para que él pudiera musicalizarlas. Lo intente varias veces, pero no podía, todo lo que conseguía escribir eran cosas relacionadas a lo que él provocaba en mi y no me alcanzaba el valor de entregárselas.

Entonces un día, de esos tantos que compartimos el silencio, me dijo que era la inspiración de sus más recientes composiciones, que podría hacer álbumes completos que hablaran de mí.

Sentí tambores imaginarios retumbar, pensé  ¨¡Dios mío, por fin me lo va a decir!¨, pero ya no me dijo más nada, dirigió su mirada a la guitarra y continuo tocando. Cuando me despedí no se levanto, regularmente nunca lo hacía. Todo continúo como si nada y así mismo pasaron los siguientes días.

Me pregunte si estaba loca, si había confundido sus palabras, sus intenciones, si había imaginado la situación, si en realidad aquello nunca pasó…
Y me pasé aquellos días con la estrofa de una canción dándome vueltas en la cabeza:
¨Tal vez nos volveremos a ver, mañana no sé si podré, ¿Qué estas jugando?, me muero si no te vuelvo a ver…¨

Así me sentía yo, con ganas de correr a verlo cada día… Así se supone se siente cuando uno ya no se puede sacar tan fácil a alguien del corazón y los pensamientos.

Entonces lo entendí, no sentíamos lo mismo. Me atormente pensando que había tantas posibilidades de estar equivocada porque su silencio guardaba cosas que no sabía y que quizás si yo las sabía sacar de él entonces podría llevarme la sorpresa esperada.

Pero no podía hacerlo, no podía enfrentarlo y arriesgarme a perder otra vez, no podía defraudar esa necesidad de mi amor propio por sentirme otra vez valorada. Un alguien que viniera por mi, no que tuviera yo que subirme en un corcel vestida de armadura y lanza para pelear por él, como por tanto tiempo lo hice antes de que el amor que compartía con Leonardo lo atacara un implacable cáncer.

Yo, que ya estaba con la armadura puesta, con intención de agarrar la lanza y terminar de subirme al corcel por el amor de Enrique, me dije ¨esta vez no¨.
Quiero cambiar el personaje, darle un receso a la heroína guerrera y ser otra vez la princesa del castillo por la que hay que vencer dragones y villanos.

Esta fuera de moda, lo sé. Pero la guerrera valiente que hay en mi esta cansada de tantas guerras y batallas, ganadas o perdidas da igual al final, de tanto pelear uno termina sintiendo que de todas formas fue vencido.