miércoles, 3 de agosto de 2011

Setenta veces siete


Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?

Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aún hasta setenta veces siete.

Y aquí comienza mi historia:

El semáforo se pone rojo y él sale como de la nada entre los carros, apoyándose de dos muletas, en una mano tiene agarradas unas gafas que ofrece a los conductores de los vehículos y más abajo se nota la ausencia de una de sus piernas. Vestido con una franela que se deshila, una gorra que alguna vez fue naranja y un pantalón muy desgastado.

El corazón se me encoge, me siento mal por tener tantas cosas y que él tenga tan poco, me espanto el sentimiento diciéndome a mi misma: oye no te engañes, eso es lo que él busca causar en ti y en todos los que le ven.

La lástima es un negocio.

Es cierto que me toco una vida más dichosa, mejores oportunidades y que estamos en desventaja, pero no hay nada que pueda yo hacer para cambiar eso, ni siquiera comprarle lo que está vendiendo, porque eso no lo sacara de su miseria.

Los argumentos que le ofrecí a mi consciencia para que no se sintiera culpable, son muy parecidos a los que tuve que usar cuando finalmente decidí dejar ir a Leonardo de mi vida, luego de largo vía crucis que llamábamos relación.

Poquísimo tiempo después de que pasara la ceguera pasional del primer año juntos, comencé a ver la realidad sin velos ni distracciones, no hizo falta mucho para que comenzaran a surgir cosas que no me gustaban nada y para que yo sintiera el impulso de decirme para mis adentros, ¨yo no quiero seguir¨.

Lo pensé mucho, lo veía muy enamorado y sin la más remota idea de lo que me pasaba por la cabeza o por el corazón. Un día quise ser valiente y le dije que quería terminar.

El lloro, no lo acepto, me pidió una oportunidad para hacer bien las cosas, yo sentí que me deshacía por dentro al ver a este hombre llorando y suplicando por mi cariño, igual yo lo amaba. Entonces no me fue difícil decirle que si, abrazarnos y tratar de obviar mis inconformidades.

Con el tiempo, ¨terminamos¨ se convirtió en una palabra frecuente entre los dos, dejo de tener aquel efecto inmediato que tenía en él, irónicamente se fue convirtiendo en mi kriptonita.

Tantas veces me sentí ahogada, perdida, inconforme, pero no me atreví a irme. Cuando nos distanciábamos yo lo imaginaba en un mar de lagrimas y confusión, me sentía culpable y me decía, ¨Por qué lo haces sufrir así si él solo quiere estar contigo y tu también lo quieres?¨, entonces lo buscaba y volvía.

Me trague mil veces mis frustraciones, mis deseos de ir a bailar, las ganas de hacer tantas cosas que la gente de mi edad hacía, quise complacerlo. Me decía cada sábado, ¨esto es solo por este fin de semana, ya el fin de semana que viene le voy a decir que hagamos algo que quiero¨. Nunca lo hice, y las veces que me atreví a decirle que quería otras cosas, solo motive peleas y más lagrimas de él, quien frustrado me decía que nos teníamos que separar para que yo pudiera hacer todo lo que él no me permitía.

Más de una vez escuche a mi madre decir que yo seguía con él por lástima, y cada vez que me lo decía yo me enojaba mucho, sentía que me daba una patada en el corazón, como si tocara una parte sensible de mi que ni yo misma me atrevía siquiera a mirar.

Me lo negué a mi misma, me lo negué por años, pero eventualmente entendí que nada era más cierto.

Yo siempre estaba pensando en dejarlo, cada día tenía más motivos para hacerlo, pero no lo hacía porque…. Y aquí empiezan los porque: porque su cumpleaños se estaba acercando, porque ya casi era día de san Valentín, porque no podía pasarme las navidades sola, porque él se esta portando como bien, porque ya había comprado el regalo de aniversario, porque lo despidieron, porque su gato se murió, porque esta pasando por un momento delicado, porque necesita mi apoyo, porque, porque, porque, porque yo fui una estúpida.

Y por estar empeñada en el juego de querer ir en contra de lo que marca el destino pague un precio muy alto. Hoy ya sé, que si la vida te dice suelta, lo mejor es soltar y seguir, de lo contrario se crea un malestar en el ciclo del universo que te acarrea mucho sufrimiento.

Fui muy infeliz durante largo tiempo, pero yo ni siquiera me di cuenta, estuve tan concentrada en crear nuevas formulas para sustentar lo insustentable que no mire dentro de mi.

Entonces un día cualquiera y sin esperarlo o tomar en cuenta las fechas que pronto se iban a celebrar, él me dijo que ya no quería continuar la relación y yo me quede pasmada.

Me hablo con una frialdad y actitud que no conocía, me dijo que era una decisión irrevocable y no me dio razón alguna. Cuando le pregunte el por qué, se transformo en una fiera, me hizo todos los reclamos del mundo y me dijo que no me metiera más en su vida.

Creo que la vida se rió a carcajadas de mí ese día y me dijo: ¨Mira al manso corderito que tú tratabas de proteger, el débil corderito que no podía caminar, se convirtió en lobo o más bien en cuervo, y te saco los ojos¨.

El con sus lágrimas, sus problemas y complejos, yo con mi lástima eterna, mis excusas, mi complejo de avestruz, con la cabeza metida en la tierra para no ver la realidad…

No, yo no sé en que pensaba, no sé que me paralizo durante tanto tiempo, en que trance mental me encontraba, no sé lo que me pasó. Tal vez fueron todas las veces que las monjas me dijeron que uno debe perdonar setenta veces siete si es necesario, todas las reflexiones y libros de superación personal que decían que hay que intentarlo una y otra vez.

Quizás fue el modus vivendi de mi familia que todo lo deja pasar, prefiere perder a hacer daño. Probablemente sea el corazón tan flojo que tengo, pero sospecho que las más altas probabilidades las tiene el no tener la madurez, el conocimiento de la vida, de la verdadera naturaleza de las personas y la falta de un carácter más firme a lo que debo esta lamentable experiencia.

Setenta veces siete lo perdone, setenta veces siete me calle lo que de verdad sentía, setenta veces siete me obligue a estar en situaciones que no deseaba, setenta veces siete lloré.

El se fue con la frente muy en alto, sintiéndose ganador. Yo me quede con el aprendizaje de lo que probablemente será mi más grande lección de vida.

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