martes, 8 de mayo de 2012

Secretos bien guardados



A mí no me enseñaron a guardar secretos, el valor de la discreción no es algo que inculquen las mujeres de mi familia. Crecí escuchando a mi abuela hablando de sus evacuaciones, la consistencia y la regularidad de las mismas como si estuviera hablando del último evento social o la noticia más comentada.
Mi tía materna nunca tuvo reparo en demostrar o decir que estaba sufriendo un mal de amores, hablar en voz alta de olores corporales o infecciones vaginales.


Mi mama, es como una cafetera sin filtro, todo lo tira tal cual, no importa si es de ella o de cualquiera y si no estas lo suficientemente atento puede soltar una indiscreción grandisima sin siquiera darse por enterada.


En fin, las sutilezas no formaron parte de mi crianza, por eso cuando mi tía paterna apareció vestida de novia en la iglesia, en la que nos había convocado a todos engañados, viví uno de los momentos más impactantes de mi vida.

Mi tía, la que todos miraban con lastima y llamaban solterona, tenía años en una relación sentimental con un hombre realmente impresionante. Todo lo vivió en secreto, sin contarle a nadie que estaba enamorada, ni las cosas que le estaban sucediendo, todas fueron solo para ella.


Yo apenas comenzaba la adolescencia  cuando eso sucedió, y no entendí porque alguien ocultaría una cosa así, por que prefirió llevar a la familia entera engañada a la iglesia para sorprenderlos con su boda, porque no le calló la boca a todos los que le decían con cara de pena que había perdido la oportunidad de hacer familia.

Ahora la entiendo, después de tantos años le doy la razón. Durante mucho tiempo ella quiso demostrar que era y tenía todo lo que se esperaba de ella, de buena fe y con sincera alegría compartía cada bendición que recibía y a cambio obtuvo muchas opiniones, además de que veía como las cosas se le volvían sal y agua tan pronto como comenzaba a cacarearlas.

Yo tenía apenas doce años cuando me lo conto, pero nunca lo olvide, lo convertí en algo muy mío y se quedo fijo en mi mente ese miedo a que una mala vibra u opinión adversa pudiera desbaratar lo que me está pasando para bien, es más grande lo que puedo describir.

Cuando comencé con Leonardo todo era felicidad pero pocas de mis amigas tenían novios y las más ociosas se dedicaron a buscarle defectos y a meterme ideas extrañas en la cabeza que luego comenzaron a ser motivos de peleas y malos ratos con Leonardo, así comenzó el azare…

Leonardo y yo terminamos y volvimos tantas veces que ya me daba vergüenza contar una u otra cosa, algunas de mis amigas me exigían que no regresara  con él y me daban el sermón del universo cuando se enteraban que estábamos juntos de nuevo.

Y fue así como le perdí el amor a contar mis cosas, hace mucho tiempo que me acostumbre a no decir nada y ni me pesa, ni me hace falta andarlo contando todo. Creo que la gente grande hace estas cosas, no es algo que solo me pase a mí.


Yo tome la decisión de no hablar sobre mi vida personal ni con la más íntima de mis amigas: siempre hay mil cosas de la vida cotidiana y el trabajo de las cuales conversar y ellas siempre están deseosas de contar sus novedades, así que ni cuenta se han dado de que ya no hablo de mí.


Cuando alguna pregunta cómo andan los novios, siempre digo que todo sigue igual y así se muere rápido el tema.

Me niego a contarles si alguien me hace ilusión, si regrese con Leonardo, si ya por fin lo olvide, si tengo tres o cinco meses de amores con un hombre maravilloso, si tengo mil o ningún enamorado. Sencillamente no deseo compartirlo.


Por más rebelde, extraño y loco que suene, mi vida personal es solo mía, desde hace un tiempo a la fecha y que alivio es no deberle a nadie explicaciones ni escuchar los famosos consejos sobre lo que tengo que hacer, esperar, buscar o sentir.


Soy soltera para los demás desde hace siglos y no me interesa cambiarle esa idea a nadie.
No me inmutan sus caras o expresiones de lastima, sus “ya encontraras a alguien”, me le escabullo a los “te presentare un amigo” y las predicciones sobre “ese hombre” que llegara a mi vida en el momento indicado, me tienen sin cuidado.


Nadie ni se imagina lo que me está pasando y eso me hace  muy feliz,  y los disparates que me toca escuchar solo me provocan una risa silenciosa para mis adentros, a veces hasta me escucho decir muy bajito “vivir y dejar vivir”.


Gracias tía Ará por esa idea, me ha salvado el equilibrio mental, mi paz interna.

¿Quién dijo que no me enseñaste nada?, paz a tu alma.