lunes, 16 de abril de 2012

La crisis de los 25


Hace días escuche en la radio que hay una cosa llamada “la crisis de los 25”, casi brinco en el asiento del carro y para mis adentros me dije “yo sabía que esto no solamente me pasa a mi”.

Voy junto a mi generación corriendo a la velocidad de la luz hacia edades que nos parecían tan adultas y lejanas hace nada. A más de una he escuchado decir “ay ya estoy vieja” o “cuando era joven”.

No sé qué pasa pero los 25 parecen ser la edad del desaliento, por alguna extraña razón uno siente que llego a un punto sin retorno y la juventud comienza a verse como una cosa distante.

Hace poco una de mis amigas más cercanas anuncio que se estaba divorciando, nos consterno a todas, porque mientras la mayoría del grupo anda armando boda, soñando con el cuento de la casita y la familia feliz, ella justo abandona este barco. La primera entre todas mis conocidas.

Ana tiene 28 años, un hijo, un próximo ex esposo y siente que su vida ya termino.

¨¿Y a mi quien me va a querer con un muchacho a rastro, después de haber sido mujer de otro?”, la escuche decir.

Si, ella está convencida de que el mundo se acabo porque casi tiene 30, un hijo y un ex marido. Yo en ella veo una mujer hermosa, divertida, inteligente y con la vida apenas iniciando, pero ella ve solo la parte de la sociedad que condena a una mujer por ser madre, no tener 20 años y no poder pasar por virgen de la vida. Para muchos, empezando por ella misma, ella es el equivalente a una mujer de medio uso, por lo tanto, ya a mitad de su valor inicial.

Es cierto que muchos hombres tienen el prejuicio de que si se enteran que la mujer ya tiene hijos salen corriendo. Inclusive en estos días escuche en un programa de humor radial a unos hombres hablando de las mujeres que tienen hijos como si fueran una especie aparte del resto y entre risas y burlas uno de ellos decía: “mi abuelo siempre me dijo que la vaca la estrenara yo y la marcara de inmediato”.

La rabia que me dio escuchar en un medio de comunicación desorientar a la sociedad de esa manera, no la puedo explicar, pero bueno, sigo en el tema...

No voy a decir que no hemos atravesado por un cambio, porque si, es verdad que ya no tenemos los pensamientos adolescentes y nuestras problemáticas son mucho más serias.

A mi se me hace molestosamente perceptible este cambio cuando cometo el error de ir a Blue Mall un sábado por la noche; el centro comercial parece un gran recreo de un colegio” St expensive” de los tantos que hay en Santo Domingo. Púberes clase media alta se reúnen con sus mejores ropas para corretear, jugar a ser grandes, a tener amores, a darle envidia a las amiguitas y crear historias de las que se pasan la semana comentando en el colegio.

Si por error escucho una de sus conversaciones ahí es que quiero morir, me digo una y otra vez, debo estar en el borde la decrepitud. Reconozco una Yuyita pasada, en sus palabras, pero no encuentro ni una gota de la Yuyita que soy ahora, esta versión más práctica, directa y calculadora.

No, no me siento superior, en parte me siento avergonzada por haber abandonado ya esa etapa de tanta espontaneidad y alegría, otra parte de mi me deja ver lo seria, abrumadora y estricta que se ha vuelto mi vida y otra pequeña parte encuentra regocijo en haber superado tantas inseguridades y estar mejor plantada en mis pies.

Me pregunto que diré yo de mi en 25 años más, que sentirán mis amigas, las mismas que sienten haber llegado al borde del abismo por cumplir o estar a punto de llegar a los 25.

No estamos viejas, lo sé. Estoy consciente de que podemos rehacer nuestras vidas, dos veces más si queremos, con o sin hijos, con o sin ex esposos, con o sin prejuicios.

Sé que estoy a tiempo para TODO, para empezar otra carrera, para hacer postgrados, maestrías, para viajar un tiempo y volver, para postergar casarme o arrojarme a hacerlo, para tener hijos o retomar el tema en par de años, para cambiar de oficio, de país, de vida, de todo.

Uno solo es preso de lo que permite y aunque a mi también me arrastre este miedo a la inminente adultez, me niego a aceptar etiquetas, prejuicios o parámetros que me indiquen lo que sí y no es aceptable a mi edad.

Mis 25 aún no llegan, pero yo ya estoy lista para cuando vengan por mi.