lunes, 15 de febrero de 2010

Gente para querer


Hoy mi mente se transportó a uno de mis últimos días como estudiante de secundaria, uno en el que la profesora de religión hacia una reflexión sobre ser mejores personas; mientras hablaba miraba sin discreción a algunos de los chicos de la clase que habian creado fama en aspectos negativos, enfocandose sin disimulo específicamente en una joven.
Por primera y única vez en la vida, la chica rebelde que todos conocíamos y a la que sin duda se dirigía la profesora, abandonó su coraza frente a todos y dijo en voz pausada: “Yo quisiera ser buena de verdad, pero es que a mi me han traicionado tanto que no puedo”.
Aquellas palabras me parecieron cargadas de un exagerado dramatismo y un gran desconocimiento de mi compañera sobre la realidad de la vida ( que por alguna tonta razón creía que yo lograba comprender con tan solo 16 años), por lo que no me pude aguantar y exclame: “Y que persona puede darse el lujo de decir que nunca ha sido traicionado?, eso nos pasa a todos!”.
Sin embargo, hoy me siento igual de dramática que aquella rebelde compañera escolar.
Hoy pienso en esto porque perdí una amiga y confieso que la experiencia me desmoronó.
Fisícamente aún existe, Martha es solo una más que se agrega a la variada lista de fracasos y traiciones que incluyen casos como el de Milagros, quien a pesar de tener solo 10 años ( y yo 9) buscó mi amistad para proponerme hacer una fiesta de Halloween en su casa, yo al ser nueva en la escuela y completamente ajena de sus verdaderas intenciones seguí su juego y compre cada cosa de la lista que me entregó para colaborar con la dichosa celebración. Tan inocente fuí que no me percate de que nadie más aporto nada para la actividad, solo reaccione luego de que Milagros me retirara la palabra para siempre, sin ninguna razón, y se convirtiera en mi mayor enemiga dos días despues del evento hasta el sol de hoy.
O como el caso de Marianita a quien decidí sacar de mi vida luego de darme cuenta que en cada uno de nuestros encuentros descargaba todas sus emociones e historias sin darme chance siquiera de decir un simple “si”, o un “ok”, muchisimo menos de tener un turno en la conversación donde pudiera hablar de mi.
O mi efímera amistad con Laurita, quien me convirtió en su confidente hasta el día en que contrarie sus pensamientos, explicandole por que se había equivocado en la manera en que manejo una situación con su novio. Sin explicaciones ni más, simplemente me retiro la palabra.
Claro que esto no se compara con Estefanía, quien luego de ser mi “super amiga” se enredo con el que fue mi novio en la adolescencia, para luego pedirme con toda la naturalidad y calma del mundo que no tomara en cuenta aquel insignificante encuentro amoroso porque no había representado nada para ninguno de los dos.
Lo de mi amiga (si es que todavia le puedo llamar así) Martha tal vez no sea más grande que los sucesos que recién mencione, pero de igual manera logro romperme el corazón.
Se convirtió en mi amiga cuando ambas estabamos en sexto curso, en aquel entonces ella vivía en uno de los barrios más calientes de la capital, con una situación económica tan complicada que logro conmover a las monjas que manejaban la escuela al punto de permitirle estudiar gratis en el recinto, con la condición de que mantuviera las calificaciones sobre los 80 y un buen comportamiento.
Desde que nos conocimos tuvimos buena química y nos mateníamos juntas la mayor parte del tiempo, cuando llegaban los paseos o los planes para salir en grupo su preocupación se convertía en mi problema, pues ambas sabíamos que ella no poseía los recursos para seguirnos el ritmo en este sentido; más nunca fue un impedimento para que no pudiera disfrutar de las actividades que se organizaban dentro y fuera de la escuela. Mi ropa, mi pc, mis libros, mi dinero, mi confianza, mi sincera amistad, todo siempre fue asequible para ella.
Más todo aquello al parecer se transformó en aire y nubes en la mente de Martha tan pronto como encontro la oportunidad de casarse con un hombre que, aunque fuera 35 años mayor que ella, tenía un respetable cargo en el gobierno, las acciones mayoritarias de varias empresas y una abultada cuenta bancaria no solo en el país, tambien en varias naciones europeas, entre otros lujitos más.
La ví y me costo indentificarla, lucía como una señora distinguida llena de joyas y ropa cara.
Feliz de haberla encontrado pasados tres años desde nuestro último encuentro, la nombré entusiasmada mientras me acercaba con los brazos extendidos, ella miro hacia los lados, evidentemente avergonzada y esquivo mi abrazo, humillandome frente a todo el que me escucho decir su nombre con emoción y caminar a su encuentro en plena plaza comercial.
"Te conozco?", me preguntó mientras me dirigía una mirada fría, según yo, también injusta.
Sabía que era ella porque tenía la marca de una profunda herida en su brazo que nos llevo a ambas a la espantosa sala de emergencia de un hospital, ella por la gravedad de la herida y yo para no dejarla sola mientras llegaba su familia, además de la pequeña mariposa que tenía tatuada en la pierna derecha y que me oculto hasta el día de la graduación, la cual sus finas zapatillas en piel y falda plisada a la rodilla dejaban al descubierto, así como el indomable rizo que siempre llevo en la frente y con el que intentamos tratar usando todo tipo de productos.
Pero ella me negaba, el matrimonio con el super empresario/funcionario público le había provocado una fuerte amnesia, que me cuesta comprender.
No me quedo otra alternativa que disculparme por haberla confundido con otra persona y alejarme presurosa ante la mirada de varios curiosos que presenciaron la bochornosa escena.
A veces olvido porque me cuesta cada vez más hacer amigos, socializar, confiar en la gente, permitir que me importen las personas y es que también se me olvida no olvidar estos casos, se me olvidan las cosas que hacen que el corazón se insesibilice con el paso del tiempo y que hace cada vez más difícil encontrar gente para querer…