lunes, 13 de diciembre de 2010

El desliz


Besé a otro hombre, fue lo más impactante que me sucedió en el 2010 y aunque fue un año en el que hice y logre un montón de cosas, haber besado a otro hombre estando comprometida con Leonardo me resulta lo más memorable.
Su nombre es Mario y con solo pensarlo se me hace imposible no sonreír. No, no me enamore de él, de hecho es la relación más libre y maravillosa que he tenido. El me gusta, me divierte pero no siento esa necesidad de que sea mío, ni nada que me haga querer aferrarme a él.
Siempre me hace reír, es simple, no le sigue el ritmo a mis dramas, ni siquiera se ofende, sonríe hasta para decirme que algo no le gusta, me hace sentir adolescente otra vez.
No, no es más maravilloso que Leonardo, jamás aprenderá a besar como él, a ser sutil, caballeroso y brillante, eso solo Leonardo sabe serlo. Jamás abandonaría a Leonardo por Mario, pero confieso que si Mario no hubiera aparecido hace rato que habría huido de Leonardo. Mi breve romance con Mario me hizo recargar baterías, me renovó las fuerzas para seguir, algo extraño, erroneo, pero cierto.
No, nunca había sido infiel, me estrene justo este año, cuando agobiada por esas dificultades y el descuido propios de cuando le pasan años y años al amor, considere la idea.
Se me hace muy difícil dejar de compararlos, lo hice cuando Mario me besó. Leonardo salió ganando y no solo por besar mejor que el sino porque también comencé a besar a Leonardo como hacía mucho tiempo no sucedía. Irónicamente, estar con otro me hizo valorar sus virtudes, hasta el hecho de que se preocupara de darme las buenas noches cuando ya se iba a dormir. Mario no lo hacía.
A Mario no le importaba nada, ese era precisamente su mayor defecto y virtud a la vez, con él no tenía que pensar, no había nada que considerar menos aun cosas que analizar.
Besé a otro hombre, pero Leonardo no lo sabe; si le digo va a enloquecer. A los hombres los criamos para que no sepan perdonar infidelidades y por más que me indigne el tema, tengo que confesar que en contra de mi voluntad he tenido que aceptar que “los hombres no están hechos para aguantar cuernos”.
Decidí callarlo, también es un ejercicio nuevo para mí, yo que todo se lo cuento a Leonardo, he tenido que aguantarme para no decirle que le preste mis labios a alguien más.
Yo creo que él lo sospecha, porque a veces se queda mirándome largo rato sin hablar. A veces temo que pueda descubrir mis pensamientos o al menos sospechar por la sonrisa que me sale involuntariamente de los labios aparentemente de la nada.
Mi desliz duro muy poco, lo suficiente como para que me asustara y temiera perder a Leonardo de manera definitiva. Eso también es extraño, no parece tener lógica pero es lo que me sucedió.
Cada vez que las miradas mía y de Mario se cruzan (si, el verbo esta en presente porque todavia nos vemos aunque no porque lo planeemos) es como si me inyectaran pura felicidad.
Lo vi hace poco, en la fiesta de navidad de la empresa, se me acerco y me dio un beso tan cerca de la boca que nos dejo a ambos esperando más, sentí su aliento tan próximo que tuve que controlarme.
Estuvo cerca toda la noche, no se despego ni siquiera cuando sonó mi teléfono y Leonardo me dio las buenas noches. A Mario no le molesta saber que estoy con Leonardo, ojalá Leonardo sintiera lo mismo.
No, no amo a Mario, ni siquiera intentaría tener una relación con él, pero soy feliz con solo verlo, porque me recuerda que aún puedo sentir cosas que yo pensé formaban parte ya de mi pasado, porque a través de sus ojos todo se ve más sencillo, porque antes de que él apareciera en mi vida, yo no recuerdo la última vez que sonreí con solo pensar en alguien.

No es amor porque no hay intenciones ni existe nada serio, pero también sé que no es amor porque no hay sacrificios ni dolor. Hay que admitirlo, todo el que alguna vez se ha enamorado sabe que el amor duele y mucho.
No, no estoy orgullosa de haber engañado a Leonardo, no lo justifico pero tampoco me arrepiento.
Esto ha sido otra de las tantas lecciones que la vida me enseño para que yo termine de comprender que el mundo y la vida no son tan bonitos y bien puestos como me dijeron debía ser si yo me portaba bien.
Si yo fuera musulmana no solo me hubieran señalado como la infiel desvergonzada que muchos pensaran en esta cultura que soy, allá me hubiera matado a pedradas por esa “ligereza”.
Pero como no soy musulmana, cada día creo menos en los convencionalismos y vivo más con la filosofía de lo que funcione en el momento, nunca había sido más sincera al decir que me da tres pepinos lo que nadie piense.
Y si Leonardo un día se entera, aunque patalee y me abandone lleno de rabia, igual tendrá que lidiar con esa desagradable sensación de haber sido traicionado. Yo ya tengo experiencia en eso y precisamente a él se la debo.