lunes, 21 de diciembre de 2009

El corazón de la auyama...


Cuando conocí a Josefina teníamos unos 15 años, estábamos en el colegio y ya Eduardo estaba en su vida. Eran una de esas parejitas que se forman en el bachillerato y que suelen causarle envidia a todos.

Eduardo era todo un galán, más de la mitad del colegio suspiraba por él, yo no fui la excepción, pero él parecía no advertirlo, solo tenía ojos para Josefina.

Pensando esto me resigne, de igual forma la legión de admiradoras que tenía, de igual forma estuvo su amada convencida de aquel amor… Hasta el día en que sin dar ningún tipo de señal o explicación hizo sus maletas y salió del país sin decirle nada a nadie, luego de que sin motivo alguno le pidiera a Josefina ¨un tiempo¨.

A pesar de que nunca antes fuimos las mejores amigas del mundo, por cosas raras de la vida me toco acompañar a mi descorazonada compañera de clases mientras trataba de entender lo sucedido, de ese infortunio nació nuestra amistad.

Más de seis meses tardo para lograr no llorar todos los días.

Dos años le tomo darse la oportunidad de conocer a otras personas.

Un segundo fue el tiempo que se tomo para meditar si deseaba aceptar la propuesta matrimonial de Enrique.

Dos semanas después de la boda descubrió que había cometido un gran error.

Sin embargo, ni siquiera considero el divorcio como una opción, la palabra siempre estuvo vetada en su casa.

Su madre era una ferviente creyente católica que seguía al pie de la letra todas las instrucciones de su dogma, por eso siempre considero el divorcio como una abominación, resultado del libertinaje excesivo que tiene la mujer de este tiempo.

Josefina no se atrevía a violar eso, ni siquiera estando fuera de su hogar materno, ni siquiera cuando Eduardo reapareció en su vida y los dos comenzaron a verse a escondidas.

El estaba casado con una española 20 años mayor que él, pero con buena posición económica, ella atrapada en una relación equivocada, pero también con anillo matrimonial en la mano derecha.

El le confeso que cuando se marcho del país, se había ido con la española que ahora era su esposa porque entendió que así tendría mejor vida, su situación económica era muy precaria y no veía futuro alguno quedándose en la isla.

Ella podía perdonarlo, pero sabía que su mundo, en el que ella se había criado y vivido, no lo perdonaría, mucho menos a ella que abandonaría su matrimonio y se arriesgaría a volver con un hombre que la había dejado antes sin dar explicaciones para buscar una vida más fácil.

Josefina no deja de repetirme lo desesperante que se ha vuelto su existencia con su doble vida, no soporta estar en su casa, solo piensa en estar con Eduardo, vive con el miedo de ser descubierta y a pesar de que sus deseos de estar con su amor de siempre son más grandes que ella misma no se atreve a abandonar su vida de casada y enfrentar el mundo con su verdad.

Pudiera juzgarla, llamarla hipócrita o idiota, pero no lo hare… Siempre es mas fácil juzgar al otro que estar en sus zapatos y aunque parecería una situación fácil de resolver se que habría que estar en su piel para poder comprender lo que le sucede. Y es que el corazón de la auyama solo la conoce el cuchillo…