domingo, 7 de agosto de 2011

Regalos costosos


Después de escuchar por semanas a Lucía hablándome de las invitaciones de la boda, anunciándome una y otra vez que estoy incluida entre sus invitados y que desea que no falte, hoy finalmente recibo la invitación en mi oficina.
Hermoso el sobre, delicadísimos dise
ños de colores en la tarjeta, pero no solo es una invitación, son dos. También he sido invitada a la despedida de soltera. Caramba, me siento realmente honrada, Lucía y yo no es que somos las mejores amigas del universo y sin embargo, ella se ha tomado el tiempo de decirme que mi presencia en su boda es importante, también ha querido compartir conmigo su despedida de soltera, algo que a mi criterio, es para compartir entre las más íntimas amigas.

Me siento especial, me pongo algo meditabunda y pienso que no se que habré hecho para conseguir tan alta estima de alguien a quien no tengo en ninguna lista especial en mi vida. Pero me siento contenta, porque esta podría ser una oportunidad para ganarme a una amiga. Las amigas nunca sobran, siempre hacen falta y le dan alegría a la vida.

Entonces me dispongo a leer con detenimiento la invitación de la boda, abajo con letras no menos pequeñas que las del resto de la invitación dice: Para accede a la recepción de la boda, es imprescindible llevar esta invitación y regalo en mano, favor entregar en la entrada.

Releí varias veces con atención, tal vez no había entendido bien, tal vez estaba mal redactado, quizás le había faltado un punto, comillas, punto y coma, que se yo.
No podía ser posible que para entrar a la recepción fuera obligatorio llegar con un regalo en mano, me resulta algo grosero y descarado.

La curiosidad me mata, y a pesar de que mi sentido común me dice que no le pregunte, yo me apresuro a tomar el BB y preguntarle a Lucía por el asunto. Apenas llegue a escribirle la frase: "Tengo una duda respecto a lo del regalo", y ella se me adelanto respondiendo: “ay sí, ya me di cuenta del error en la invitación, que pena con todos los invitados, no les especificamos donde está la lista de bodas, es en la tienda “Finissimo”. Recuerda que sin regalo no puedes entrar a la recepción, así que ve temprano a buscar el tuyo”.

Me quede en shock, no podía creer lo que ella me estaba diciendo, no me equivoque. El regalo es obligatorio para entrar a la fiesta de celebración, y no puede ser cualquier regalo, dado lo costosa y exclusiva que es esta tienda.
Reviso la otra invitación, la de la despedida de soltera y para esa también hay una lista de regalos, en otra tienda carísima de lencería. En esta no tiene carácter obligatorio el regalo, al menos no lo especifica en la tarjeta, pero me imagino que ya queda claro con la otra invitación que si vas se espera lleves un regalo, y no cualquier regalo.

Entre una actividad y otra hay una semana de diferencia, o sea que ellos esperan que el que vaya a las dos actividades tendra que dejar más de una quincena invertida en regalos. Mi economía no lo sustenta.

Pero más que nada lo que no lo sustenta es el coraje que me hace sentir esta petición tan descarada, y el hecho de que una vez más preferí pensar bien de los demás, no supe ver mas allá y aquí pase yo nuevamente por tonta, creyendo en amistad y cosas bonitas aún cuando hace ya mucho tiempo sé que detrás de todas las cosas, aún las que parecen más sagradas, hay una segunda intención, un interés, algo que buscar.

Las cosas más importantes de la vida no tienen precio, dicen los anuncios, la gente, las religiones, ect. Pero yo cada vez estoy más escéptica al respecto, no es que tenga paranoia o desconfíe de todos pero curiosamente todo lo que tiene algo de especial, sentimental o importante, siempre conlleva algún aporte o colaboración.

Voy a la iglesia y hay que dar una “limosna” para los pobres, el aporte para la iglesia o no sé qué. Cambio de iglesia, ¡y es peor!, esta no recoge con una canastita sino que tiene una gran urna para que todos aporten mucho más de lo que puedan dar, dicen ellos que eso “agrada a Dios”.

Asisto a una actividad benéfica y no es más que un circo, donde los afectados (niños, gente con cáncer, con sida, síndrome de down, ancianos, ect) son usados para tomarse fotos para las sociales con gente de sociedad, de olores caros, ropa de marca y maquillaje inmaculado. Los abrazan frente a las cámaras, les prometen cosas que no van a cumplir, tratan de conmover a todo el que pueden y le piden a la gente que aporten dinero, nunca que se unan a los voluntarios, que hagan tal o cual cosa, que aporten tal o cual aparato o medicamento, siempre dinero.
Parecería malintencionado dudar del buen destino que se le da a este dinero, que es necesario y útil, pero es que no entiendo para que montar un musical, mandar a hacer camisetas, crear un area vip, brindar buena comida a los invitados especiales, contar con las mejores bebidas, vender souvenir y llenar la ciudad de grandes carteles, cuando lo que se busca es ayudar a quienes más lo necesitan.

¿No sería mejor utilizar todos esos recursos que se requiere para armar todo esto y donarlos directamente a estas instituciones que lo necesitan, sin tanto bulto y aparataje?

Y los eventos sociales, que solían ser para compartir, ya todos incluyen regalos, al paso que vamos ya hasta los “sancochos” y “epaguetadas” en las casas van a contar con lista de regalos.

Si yo sé que probablemente este exagerando, que quizás no esté siendo muy objetiva, pero es que me siento utilizada, estafada, víctima del consumismo. Tantos cumpleaños, días del padre, de la madre, del abuelo, del vecino, del colmadero, de su abuela, que ya tienen mis bolsillos cansados, y nada de eso se traduce a más cariño, mayor consideración o siquiera compañía. Mucho menos en regalos para mí.

Y no es que quiera que me llenen de regalos ni nada parecido, pero no comprendo el negocio de los regalos. Tanto agradar a otros, tanto gastar, sin ningún sentido.

Lo siento por Lucía, su boda, su despedida de soltera y su especial interés de contar conmigo en eventos tan trascendentales de su vida, me perdió tan pronto como leí el sentido de obligatoriedad de los regalos. Si para ser “especial” tengo que pagar por ello, entonces seré felizmente común y corriente todos los días de mi vida.