sábado, 7 de enero de 2012

El erizo


La última vez que Leonardo y yo hablamos, en realidad no hablamos, yo grite, él grito, estrellamos cosas al piso y nos fuimos; desde entonces no sé nada de él.
No pasó como en las películas, él no se apareció en una tienda mientras yo me probaba un vestido, ni me dio la sorpresa de su presencia en el parque mientras estaba sola y pensando en él, tampoco ha habido ningún mensaje, ni de texto, ni de voz, ni de humo… Como aquella canción de Juan Luis Guerra.

Me siento tan culpable, no importa quien tenga la razón o no, el problema no es ni siquiera el método de determinar quien la posee, es que se me olvida que lo importante es lograr comprensión, no provocar ira.

Que rabia siento conmigo, con mi madre, con los que me educaron. Me hicieron una mujer reactiva, rebelde, con aires de feminista. Siempre queriendo imponerme, siempre planeando estrategias, plan de defensa y formas de ataque. Toda una guerrera.

Me enseñaron que no debía, bajo ninguna circunstancia dejar que un hombre estuviera por encima de mí, que me dominara, que no me dejara ser, que de alguna manera me limitara. Me dijeron que iba a ser una víctima, una mujer sufrida y a la merced del que quisiera si no generaba mi propio dinero y le mantenía bien claro al que estuviera a mi lado que sobre mi cabeza no había más nadie, que nada me iba a doblar.

Y es así como termine siendo un erizo, un ser que repele, que lastima al tacto.

Cierro los ojos y me veo siendo una de esas mujeres casadas que no duermen esperando que el marido llegue de madrugada con un sartén en la mano, listo para pegárselo en la cabeza tan pronto como entrara por la puerta. Que desagradable visión.

Yo tan profesional, tan impecable vestir, tan envidiable curriculum, vehículo, posición y tan neandertal.

Envidio a esas mujeres del oriente a quienes les enseñan desde pequeña a ser deseables para los hombres, a hechizarlos con sus encantos (no solo los físicos, también los de su interior) para que estos se enamoren y a la vez las hagan felices.

La formula es simple: conquistas al hombre, le complaces y él se mantendrá atento a ti y te complacerá.

Si, suena primitivo, nada que ver con estos tiempos, pero la esencia de esta propuesta no está del todo errada.

Un ejemplo es la historia de las Mil y una noches, en el que la astucia de una mujer no solo la libro de morir, también la convirtió en reina.

Tan importante es esto en oriente que hasta existen textos especiales que tratan el tema, como el libro del Kamasutra. En algunas partes del susodicho se le orienta a la mujer sobre cómo debe ser su comportamiento con el hombre, como se seduce, pero sobre todo como se mantiene a ese hombre enganchado, satisfecho, enamorado. Y no, todo no es sexo, el secreto no son posiciones imposible, masajes, ni vivir desnuda o insinuante, es un tema más de actitud y trato que de otra cosa.

Según la colombiana Isabella Santo Domingo, los caballeros las prefieren brutas... Hoy yo entiendo su afirmación. No es que de verdad uno tenga que ser bruta para que ellos permanezcan y no sea tan difícil el cuento, tampoco hay que fingir serlo. El asunto es, que las que tienen un nivel de inteligencia ligeramente superior al resto, les da con ponerse a pensar, con analizar más de lo que deberían las cosas y con tratar de demostrar que no son lo que fueron nuestros antepasados, que gozan de una libertad que esta muy bien ganada y que no van a aguantar “vainas” de cualquier hombre.

Y es así como nos volvemos acidas, erizos, repelentes para el amor y el sexo masculino; cuando se supone que somos lo sutil, lo delicado, la ternura, lo reconfortante, el hogar.

¿Asumir esto es ser sexista?, tal vez, pero yo hoy no quiero analizar lo que es justo o no, lo que debemos ser o no. No quiero hablar de magnesia y mezclarlo con la gimnasia, el asunto es la estrategia, no lo que nos define. Como conseguir esa armonía y felicidad con esa otra mitad que en poco se parece a nosotras (por más grande que sea el amor).

¿Cómo consigo más, siendo miel o vinagre?

Tal vez si yo aprendiera a reírme más y a discutir menos, si yo analizara menos y disfrutara más, si calculara menos y fuera más espontánea, probablemente mi lista de inconformidades se reduciría considerablemente, si le permitiera a la vida y a los hombres fluir, no marcarles el ritmo, como acostumbro, quizás todo sería más fácil.

Qué tal si en lugar de deshojar margaritas preguntándome si este es o no el indicado, invierto mis energías en ser yo la indicada, en ser menos imposible.

No es asunto de doblegarse o de ponerse por debajo de nadie, el tema es ser más astuta y sufrir menos.

Scheherezade (la narradora de Las Mil y una noches) se convirtió en la reina de un rey desilusionado y cruel que se acostaba y mandaba a matar una mujer diferente todos los días. No fue ni el sexo, ni la ropa de última, mucho menos los argumentos lo que hicieron de Scheherezade una mujer interesante y triunfadora, fue su ingenio el vencedor.

Algo debería yo aprender de ella… Que triunfe mi ingenio y no mi locura.