jueves, 2 de junio de 2011

Una mujer exitosa

Me ascendieron, la mitad de la oficina se pregunta que he hecho yo para merecer semejante ¨distinción¨, ya cada quien tiene su propia teoría al respecto. La otra mitad de la oficina se divide entre los indiferentes y los que de verdad se alegran de mi progreso.

Yo ando asustada. No esperaba el cambio.

Se supone que debería andar alegre, orgullosa y brincando en un pie, pero la verdad es que me siento desorientada. Lo que hago ahora no se parece mucho a lo que hacía, ando torpe aprendiendo paso a paso, y preguntándome cuando llegara el día en que esto se me haga natural.

Mi muro de Facebook se ha llenado de felicitaciones, varios mensajes privados me preguntan como logre conseguir el puesto; la mayoría finalizan sus correos pidiendo que los tome en cuenta o que los recomiende (piensan que tengo algún tipo de poder cuando en realidad sigo siendo un peón en esta tabla de ajedrez). Mi familia dice que soy su orgullo. Yo me siento perdida.

Quería cambios en mi vida, es cierto que los pedí, y antes de iniciar el año presentí que lo que sucedería conmigo estaba fuera de mi control y mis deseos, lo supe cuando al tratar de trazarme metas no podía visualizar nada, no podía decidirme, la mente siempre se me quedaba en blanco… Y eso no es usual en mí.

Algo muy importante para alguien como yo que esta acostumbrada a creer en sus presentimientos, pues me confieso con cierta sensibilidad paranormal, probadas en mis acertadas adivinaciones y predicciones futuras.

Actualmente, mis ingresos son casi el triple de lo que obtenía antes del ascenso…

Pero inexplicablemente el dinero se va más rápido de lo que nunca se fue; he visto llegar varias quincenas contando solo con 500 pesos o menos como mi capital absoluto. Algo que tampoco es usual en mi.

No sé a donde se fue mi sentido de la prudencia y el ahorro, ni mi don de buena administradora. Ando aferrada al derroche y a pesar de eso, el sentimiento de culpa no me deja disfrutar de todo lo que compro.

Estoy más triste, más confundida, esperando a que se me pase el malestar de la adaptación, tratando de seguirle el ritmo a mis muchas obligaciones, intentando no olvidarme de vivir, pero que va, todo se me vuelve un lío y pasan los días sin que mejore el estrés o el malestar.

Poco antes de mi ascenso, había pasado un buen tiempo analizando mis opciones y la dirección que deseaba darle a mis pasos, para esos días me encontré con una persona, de esas que parece manda Dios para darte algún mensaje, y entre tema y tema me dijo: “mucha gente se queda con una pareja que ya no quiere, en un trabajo que no le gusta y en situaciones que no desea, solo por miedo a no encontrar algo mejor; cuando le damos cabida al miedo le dejamos a los demás la decisión de lo que sucederá con nuestras vidas. Cuando esa pareja decida dejarnos, cuando ese jefe decida despedirnos, cuando esa situación nos obligue a tomar otro camino, entonces ahí buscamos otra alternativa”.

Y esas palabras dieron vueltas en mi cabeza por muchos días, aún siguen muy presentes, pero desde el primer momento en que las escuche pude admitirme sin temor que ya no quería continuar en el trabajo que tenía.

En los días en que organizaba todo para renunciar, me llamaron para anunciarme mi ascenso. Yo quede muda, agradecía las felicitaciones y me aguantaba las ganas de gritar: “!Esto no es lo que yo quiero, estoy abrumada, no me feliciten!”

Siento que no me dejaron elegir, esto no lo decidí yo.

Si, es cierto que se siente bien cuando alguien me pregunta a que me dedico y puedo recitarle mi nuevo y fastuoso cargo, logra impresionar a la gente y a mí me deja la satisfacción de hacerle sentir a los demás que he llegado a ser importante; aún cuando yo no lo sienta así.

Pero aparte de eso no hay ninguna otra recompensa. Mis niveles de estrés son alarmantes, mi tiempo libre no existe, mi infelicidad va en aumento, mi confusión crece con el pasar de los días.

Eso sin contar los constantes regaños, exigencias y malos ratos por los que me hace pasar este nuevo puesto, claro pero de eso nadie sabe, esas cosas no se hablan para no aniquilar la ilusión de que soy muy importante y que este puesto es el mejor de todos.

Ya he perdido la cuenta de las veces que me ha pasado por la cabeza ir a renunciar, el día que estaba más decidida se lo dije a una de mis mejores amigas por teléfono, iba caminando a la oficina de mi jefe para decírselo y mi amiga me convenció de que tenía que pensar mejor las cosas… Y aquí estoy semanas después pensando y sintiendo lo mismo.

¿Qué dirá el mundo de mí si renuncio?

Que soy una loca, tal vez. Que jamás tendré otra oportunidad como esta, que le estoy dando patadas a mi buena suerte.

Mi jefe es un hombre importante, es reconocido hasta en el extranjero, un gran profesional, me impresionan sus destrezas, me maravillan sus estrategias, pero su vida personal dista mucho de este gran éxito. Nunca se ha casado, dice que no encontró a la mujer de su vida a tiempo, tiene hijos con varias mujeres, con ninguno tiene un vínculo que lo haga sentir realmente padre, porque nunca tuvo tiempo para serlo, había mucho que hacer en la oficina. Ahora ya no cree en mujeres ni en sus hijos, piensa que todos andan tras su dinero o quieren beneficiarse de su posición.

Como dice una expresión por ahí: es tan pobre que solo tiene dinero.

Yo no quiero ser así, me espanta la soledad del éxito, me asusta la falsedad de las felicitaciones y los halagos, me presionan las expectativas de quienes me rodean.

Prefiero trabajar en algo que disfrute hacer, ganar lo que me permita tener una vida digna y estar fuera del abrumador foco del éxito.

Quiero tener la vida que elija, no la que me impongan los demás, no me importa si eso implica no ser considerada una mujer de éxito.

¡Ah la vida que es difícil y compleja!, hasta lo bueno fuera de sitio y tiempo resulta ser un mal.