martes, 23 de noviembre de 2010

¿Y ahora que voy a hacer?


El día que mi tío recogió sus cosas y abandonó oficialmente a mi tía, dejó con la boca abierta a más de uno. Mi tía, además de sorprendida no cabía en su cuerpo del dolor, su marido se había ido.
Lo primero que hizo fue ir a mi casa para hablar con mi mama; entre llantos y lamentaciones solo pude entender cuando dijo: “Y ahora que voy a hacer?”.
Esa expresión nunca la he olvidado, de hecho, es la que viene a mi cabeza cada vez que alguien me abandona.
Sí, porque la vida está llena de despedidas, retiradas voluntarias, involuntarias, rompimientos y partidas, no solo en relaciones de pareja; los amigos, los familiares, los compañeros de trabajo y del día a día también se van.
Desde que tengo uso de razón ando perdiendo gente querida, pues es parte de la vida. A algunos se lo llevaron los aviones, a otros se lo llevaron ataúdes, a otros se los llevaron “diferencias irreconciliables”, el orgullo, la distancia, la rebeldía, en fin, la vida y sus complicaciones.
Así paso con Ramiro, un “amigo” que llegó sin avisar, apoderandose de mi atención y cariño tan pronto como dijo hola. Hablaba conmigo al menos dos veces al día, en conversaciones tan extensas que siempre terminaban cuando a uno de los dos nos gritaban “oye ya suelta el teléfono!”.
Paseábamos dos y tres veces a la semana, nunca fuimos a un restaurante, a algún centro comercial, cine o cualquier otro lugar a los que la gente normalmente va a esparcir la mente; no había dinero para eso, pero la verdad es que yo nunca lo note, siempre que estaba con él cualquier lugar bastaba para pasarla bien.
El tenía novia, siempre me hablaba de ella, yo nunca sentí celos, no estábamos enamorados, pero él era mi primer y último pensamiento del día, era quien me abrazaba, con quien anhelaba hablar desde que cualquier cosa ocurría y hasta cuando nada sucedía, era como una adicción.
Nunca supe definir nuestra relación, era algo extraña y difícil de calificar, yo solo sabía que lo necesitaba.
Sin aviso ni razón un día me besó, me pasaron tantas cosas por la cabeza en un par de segundos que se pudo haber realizado una película con eso, quede paralizada, no sabía qué hacer.
Me aparte, nos quedamos mirándonos y volvió a besarme.
Esa noche no pude dormir, me la pase pensando, y aunque al principio me sentí asustada, a medida que pasaban las horas de mi insomnio no me pareció tan descabellada la idea. De pronto me sentí entusiasmada porque entendí que probablemente ese era el inicio de una relación formal.
Entonces le di permiso a las mariposas que habitan en mi corazón para que me revolotearan por todo el cuerpo y así quedara oficializado que yo estaba enamorada.
Al día siguiente mi celular no sonó, nadie me llamó, bueno la verdad es que la única llamada que me interesaba era la de Ramiro, pero no, el celular no sonó en todo el día. Me prometí no llamarlo, en los siguientes tres días cumplí mi promesa. Al parecer él también se había prometido lo mismo porque tampoco me llamó.
Cuando no pude más con la angustia marque su número, pero no fue él quien contesto, fue su novia, quien saltó la parte de los saludos y la cortesía para decirme directamente:
“Por las buenas te voy a pedir que no llames más a Ramiro y el cancito de andarlo viendo ya se acabo; él me conto que te le declaraste y hasta le brincaste encima para besarlo, los dos vamos a imaginar que eso fue un error involuntario, pero para que no se repita salte del camino” y colgó.

Sí, él había sido capaz de revelarle a su novia ese suceso que era solo de los dos.
Sí, había mentido para tapar su falta culpándome injustamente de algo que no hice.
Sí, se había portado como un tremendo cobarde.
Y todo esto yo lo asumí después de haber llorado mucho, de haberme preguntando durante semanas muchos por que para mis adentros.

¿Por qué había mentido?, ¿por qué me beso?, ¿por qué huyo?, ¿por qué me abandono?, ¿por qué no me explico nada?, ¿por qué había olvidado lo que éramos el uno para el otro?, ¿Como lo olvidó?, ¿cómo podía no extrañarme?, ¿qué estaba pasando?

Yo no entendía nada, solo me quedaron las lágrimas, la impotencia y esa pregunta que siempre hago cuando alguien se me va: ¿Y ahora que voy a hacer?
Sin Ramiro, de pronto mi vida se sentía vacía nuevamente, ya no habría paseos, ni llamadas, ni abrazos, ni compañía. Me sentí más sola que nunca.

El tiempo paso y la vida siguió, llegaron nuevas amistades, ocupaciones, emociones y hasta amores que jamás imagine. Con su partida nada se detuvo, mi vida continuó y después del dolor de aquellas semanas en que sufrí su traumática partida, nunca más llore, al menos no por él, hoy día apenas lo recuerdo.

Las veces que llega a mi cabeza es para recordarme a mi misma que sin importar quien se quede o se vaya, con o sin mi consentimiento, igual la vida va a continuar…