domingo, 12 de agosto de 2012

Peticiones sin sentido


José Carlos es el nombre del que fue mi primer novio. Yo siempre he creído que fue mi primer novio, aunque ahora que lo pienso bien, era más bien un amigo del que me agradaba su atención. Nunca nos dimos un beso,  éramos más niños que adolescentes cuando decidimos llamarnos novios y además de conversaciones diarias por teléfono, nunca compartimos nada más.

A los tres meses decidí terminar la relación, quien sabe por qué y el siguiente año y medio me la pase suspirando por él.
Lo que yo mas deseaba en aquella época, con todas mis fuerzas, era que el regresara, que me llamara, que volviera a tener esa conversación diaria por teléfono. Ahora eso es muy poco, pero en aquel entonces, significaba demasiado para mí.

Cada vez que yo rezaba, le pedía a Dios casi con lagrimas en los ojos que trajera a José Carlos de regreso. Por esta causa hasta llegue a usar el chantaje con Dios, le dije que si el existía que hiciera que José Carlos me llamara en ese mismo momento.

Me obsesione con la idea de recibir esa llamada, el pasar del tiempo hizo que me distrajera con el asunto. Poco después de un año y medio de ausencia, el teléfono sonó y era él.
No lo podía creer, la emoción era tan grande que ni me concentre en lo que me decía, cuando me fui calmando y escuchándolo, me percate de que no estaba sintiendo nada fantástico como imagine sucedería si volvíamos a hablar. No era cierta aquella conexión mágica que tantas veces fantasee. Yo no sentía nada. Aquella fue una llamada cualquiera y punto.

Pienso en esto porque hace dos semanas fui a la iglesia, después de más de un año de rebeldía con mi fe, la iglesia y otros temas similares. Fui mas a agradecer que a pedir, pero sí, también pedí. Quería pedirle que de alguna manera trajera de regreso a Leonardo y que me dejara entender si con Enrique ( si, sigo pensando en Enrique) existía la posibilidad de construir algo beneficioso para ambos, o que abriera otro camino para mi, que me diera la oportunidad de ganar, después de tantas perdidas.

Pero me detuve porque pensé en José Carlos, en mis expectativas, en mi obsesión, en mi chantaje de que para creer en Dios las cosas tenían que ser como yo decía y en el momento que lo decía. Sin siquiera darme cuenta que lo que con tanta insistencia pedía ya realmente ni me importaba.

Cuando yo insistía con José Carlos, ya eso había pasado, ya no me hacia feliz, y esa fuerza superior, se llame Dios, Buda, Mahoma o como sea, sabía mejor que yo lo que en verdad sentía, y continua siendo el que sabe cuando algo ya no conviene, cuando hay que abrir espacio para lo nuevo.

Entonces en lugar de pedir que se ejecutara el guión que tenía en mi cabeza, decidí pedir por Enrique, por Leonardo, por mi y nuestras situaciones aparte, le pedí con todo el corazón a Dios que derramase todas las bendiciones que pudiera regalar a cada uno de ellos, para que encontráramos nuestros caminos, sin que YO interviniera en la decisión de nadie. Para mi pedí toneladas de paz y equilibrio. Con eso me basta para continuar.

Y como si la vida se estuviera burlando de mí, yo en aquella actitud zen que tanto me costó adquirir, recibo una llamada perturbadora. Era Leonardo.  Mire hacia el techo de mi habitación y le dije a Dios: “¿Qué paso con la paz que te pedí?”.

Era quizás la primera vez, en años, que no me dirigía a Dios para pedirle que me ayudara a hacer que mi relación con Leonardo funcionara y la primera vez que recibía una respuesta tan positiva e inesperada.

Era otro Leonardo el que me hablaba al teléfono, más calmado, más dulce, más parecido al hombre del que me enamore. Me deje envolver ante aquella especie de aparición que lucía más una invención mia que otra cosa, y no le dije que no a nada, le seguí el juego en todo lo que me dijo y me pidió.

Cuatro días después ahí estaba yo con él sentada en un mueble abrazados, viendo la televisión, como en los viejos tiempos, solo que esta vez, mi mente no estaba a mil revoluciones pensando si esto era señal de que todo estaba bien o si debía ya estar psicológicamente preparada para nuestro próximo enfrentamiento o la próxima vez que él decidiera decirme todo lo que no soy, todo lo que me falta, todo lo que le abrumo.

Esta vez pensaba en mi celular, en los amigos que estarían hablándome, en el libro que deje a mitad de leer en mi mesita de noche, en ese mail que podría estar enviando antes de que mi jefe  se durmiera, en los asuntos que debía tener pendiente resolver a primera hora en el trabajo.
En fin, mi mente no estaba allí y me pasó algo que jamás imagine sucedería: extrañe mi soltería.

Creo que ese ser superior me hizo ver una vez más, que las miles e insistentes peticiones que le hice no tenían el más mínimo sentido. Yo ya no quería a Leonardo y honestamente estaba más que bien por mi cuenta.

Había creado ya un mundo nuevo para mí, y ni siquiera  me había percatado hasta entonces.
Aquello fue chocar contra una pared, pero una que me daba las buenas nuevas de que al fin había dejado atrás aquel cuento tan cansón de “Yuyita y Leonardo, forever together”.

A veces nos convencemos de que cuando algo específico (y casi siempre, medio imposible) llegue, podremos tener al fin la felicidad plena. Cuando tenía 8 años  pensé que eso sería unos patines, con 12 años yo creí que era la llamada de José Carlos, ahora con 25, pensé que sería el regreso de Leonardo, pero que va, la alegría y la tranquilidad que al fin siento dentro de mi no tiene nada que ver con ninguna de estas cosas, es lo más cercano a la felicidad que he probado en años y no la pienso poner en riesgo por cualquier invento de necesidad mía o ajena.

Lo acepto, más que conforme y feliz, no soy dueña del destino, ese cargo ya tiene dueño y a él lo dejare hacer lo suyo sin intervenir.


3 comentarios: