sábado, 23 de julio de 2011

Palabras feas


Dicen que quien no perdona esta condenado a vivir solo y amargado, yo creo que es cierto; pero claro, siempre es fácil teorizar sobre el perdón porque mientras uno lo hace anda pensando en los errores que ha cometido y en las personas que uno quisiera nos dejaran pasar tantas cosas que hicimos mal, en las que continuamos errando y las faltas del futuro.

Cuando el perdón debe venir de nosotros hacia los demás entonces ya el asunto cambia, se hace más serio, más complejo…

Quienes más ponen a prueba nuestra capacidad de perdonar y comprender son los amigos, esos seres tan necesarios y especiales, que al mismo tiempo representan el lado fino de la soga en nuestras relaciones interpersonales; pues la familia y la pareja tienen un sentido de obligatoriedad e importancia que consumen casi toda nuestra capacidad de querer, comprender y perdonar.

Mi amiga Dorita puso a prueba todo lo anteriormente mencionado el día de su boda.

Hasta ese día habíamos sido como hermanas, ella conocía todas mis tragedias y alegrías desde que estábamos en séptimo curso. Yo había sido su paño de lágrimas, su compañera de compras y todas esas ridiculeces que uno comparte con tanto gusto entre amigas.

Cuando su novio le pidió que se casara con ella, empezó la locura. Me lo contó y yo supe que la avalancha de trabajo que venía para encima de mi no iba a ser poca, pero eso no importó, yo estaba muy feliz y emocionada por ella y sin darme cuenta me convertí en su ¨wedding planner¨.

Cumplí sus exigencias, me emocione con cada detalle hasta las lágrimas, organice la despedida de soltera, recorrí diez floristerías y cuatro reposterías hasta encontrar las flores y el bizcocho que ella deseaba y hasta me mantuve pendiente de que el novio pasara a tiempo por la lavandería a recoger su traje para la ceremonia.

El día antes de la boda, Dorita me envió un mensaje explicándome que para mejorar su relación con la familia del novio, había decidido nombrar a su cuñada dama de honor y como la cuñada y yo éramos delgadas no iba a ser ningún problema que yo le cediera mi vestido de dama de honor y me pusiera el de la cuñada.

Me sentí tan ofendida y agredida que no asistí a la boda a pesar de las más de 40 llamadas perdidas que se registro ese día en mi celular.

Tres semanas después, recibí un correo de Dorita que concluía diciendo que yo estaba envidiosa de su felicidad.

Yo no respondí, aún intento contener la avalancha de reclamos e indignación que me provoca su desconsideración.

Creo que Dorita me ha hecho entender a mi amiga Estela, la que me dejo de hablar un día de repente y sin explicación. A estas alturas ya no debería llamarla¨amiga¨, pues ella decidió dejar de ser mi amiga sin avisarme.

Estela y yo nos volvimos muy unidas, compartíamos detalles muy confidenciales de nuestras existencias, pero un día ella comenzó a juzgarme, a recriminarme el por que tomaba las decisiones que tomaba y a señalarme que me equivocaba con frecuencia.

Yo la quería mucho, disfrutaba de su compañía pero empecé a ya no querer contarle mis cosas y hasta a inventarme cosas que no eran ciertas solo para no decirle la verdad: que seguía equivocándome y haciendo todo lo que ella condenaba.

Tengo la teoría de que se dio cuenta que mentía, se decepciono y eligió sacarme de su vida. Rara vez la veo y cuando nos vemos me trata con distancia, como si no hubiésemos sido confidentes.

Me da tristeza cada vez que pienso en Estela y lo que perdimos, tristeza como la que trata de inspirarme mi amiga Valentina, que de valiente no tiene nada. La quiero como a poca gente he llegado a querer en la vida, pero reconozco que es un saco de lamentaciones andante.

Cuando la conocí pensé que estaba en un mal momento de su vida, pues cada renglón importante de su existencia parecía marcado por la tragedia.

Tiene un corazón enorme y siempre esta dispuesta a sacrificarse por mí o por cualquiera, creo que precisamente por eso vive triste y con problemas, pues no solo carga con los suyos, también siente la necesidad de cargar con los ajenos.

La quiero, es mi amiga, pero esa forma de vivir me afecta, sufro viéndola sufrir, me llena de impotencia que se empeñe en estar mal. Por eso he decidido estar en distancia con ella, pero me da tristeza, no quisiera que tenga que salir de mi vida.

La que si necesito que salga de mi vida es Lolita, que se ha dado la tarea de andarme mortificando contándome paso por paso como van los preparativos de la boda de mi ex novio. Como si eso no me afectara.

No es que yo siga enamorada de él o que quiero que regresemos, pero caramba, a quien le cae bien que a alguien a quien amaste, con quien intentaste crear un futuro, este ahora con otra a quien le ofrece con alegría lo que tantas veces le reclamaste para ti.

Yo lo deje ir hace tiempo, pero Lolita insiste en hacerlo presente con sus cuentos de lo que hace, lo que planea hacer y yo no entiendo con que propósito me dice esas cosas.

¡Que rabia!, prefiero no hablar con ella, alguien que te lastime haciéndose el que no sabe que te hace daño, no puede ser amigo tuyo.

Yo quiero perdonar, aceptar, comprender y ser tan paciente, espiritual y correcta como dicen todas esas reflexiones que circulan por Twitter y Factbook, pero que va.

La gente se la pone a uno demasiado difícil.

La vida debería ser tan correcta, limpia y civilizada como decimos, pero las realidades que se nos presentan y nuestros sentimientos, complican las cosas.

No esta bien gritar, pero gritamos, no esta bien ofender, pero ofendemos, no esta bien que abandonemos, pero abandonamos. Lo mejor siempre es hablar, pero hay cosas en las que jamás podremos ser comprendidos, por eso elegimos callar.

Entonces la indiferencia, el silencio, el desprecio y la distancia, por más feas que sean en su definición, resultan ser, muchas veces, la medicina de nuestros males.