lunes, 22 de febrero de 2010

¿Todos los hombres son iguales?


Toda mi vida he escuchado a muchas mujeres decir con cierta amargura, “Todos los hombres son iguales.” Por muchos años no estuve de acuerdo con esta afirmación hasta que mis experiencias sumadas a los relatos tan increiblemente parecidos a los míos me convencieron de que la expresión era una sentencia tan comprobable y exacta como cualquier ejercicio matemático.
El inacabable deseo sexual, la fascinación por los deportes, la obsesión con sus automoviles, videojuegos y novedades tecnológicas, el sagrado lazo con tienen con sus amigos (algo que defienden a morir), su apatía por las compras, los aniversarios o fechas que impliquen algun tipo de romanticismo, la habilidad que tienen para hacernos barbaridades y luego venir como el perro arrepentido… Con el hocico partido y el rabo entre las piernas a pedir perdón y prometer un cambio o un “te amo”, son características que definen a la mayoría de los representantes del sexo masculino. Hasta el más santo e inofensivo de los hombres comparte el extraño e inexplicable síndrome que convierte a las “aventuritas” en tentaciones completamente imposibles de resistir que suelen justificar con ambiguas explicaciones que incluyen un "de verdad no sé lo que me paso", en conclusión ninguno parece tener la capacidad para aguantar el deseo de echar “una canita al aire”, simplemente porque son hombres, porque la sociedad se los permite y porque la mujer que tienen (la oficial) al final de cuenta los terminara perdonando tras par de escenitas dramáticas donde lloren y juren arrepentimiento.
Mientras que a nosotras parece no quedarnos otra alternativa más que compartir nuestras desgracias unas con otras mezclando el humor con nuestro dolor de manera ingeniosa y dandonos cuenta de que nuestras historias no son para nada asombrosas u originales, mas bien bastante comunes y repetitivas…
Por esa razón Gabriela me dijo que aunque los problemas en su muy joven matrimonio superaban por millas los momentos de felicidad, ella prefería seguir con un malo conocido que un bueno por conocer, pues si buscaba otro, tarde o temprano iba a terminar con la misma desilusión.
Sorprendentemente yo no proteste ni sentí el impulso de contradecir sus ideas, de hecho coincidía con ella. Es que la desilusión entre las mujeres que conozco abunda de tal manera que ya lo considero una epidemia.
Las relaciones son complicadas, los hombres no logran comprender nuestro universo de sentimientos, nosotras no podemos entender sus reacciones tan básicas, instintivas y desacertadas. Es como si nos hubieran creado para hacernos la vida especialmente dificil, para que nos la pasaramos tratando de buscar fórmulas para encajar, para soportarnos, comprendernos al mismo tiempo que buscamos esa emoción y sensación de estar en el paraíso que solo se siente esporadicos momentos luego de que pasan los primeros años de relación.
O para que aprendieramos a resignaramos con lo que nos toco vivir porque al parecer el asunto de que todos los hombres son iguales y no hay manera de cambiarlos, es una verdad tan implacable como la misma muerte de la que ninguno de nosotros tiene escapatoria.
Y pensar que nos afanamos tanto para no estar solas y decir orgullosas que tenemos pareja, pero cuando ellos estan a nuestro lado, la realidad va desprendiendo con paciencia las plumas de las alas que mantienen volando a nuestro corazón, dejandolo caer sin remedio.
Sin importar lo que yo o nadie pudiera decir Gabriela habia decidido su destino o al menos así parecía hasta el día en que una solicitud de amistad en facebook le cambio el rostro y quebranto su recién tomada determinación. La pantalla de su ordenador decía que Eduardo Mármol quería ser su amigo en Facebook y le daba la opción de aceptar o ignorarlo.
Eduardo había sido un amor pasado, uno de esos que terminan por situaciones ajenas a la voluntad de ambas partes, pero que se quedan clavadas en el muro de asuntos pendientes del corazón. Tenían años sin verse pero el mismo deseo de saber del otro, de estar juntos. Ella acepto la invitación en facebook y desde entonces cada día le pesa más compartir el techo, el baño, la cama y la vida con su marido, el mismo al que le había jurado amor eterno frente a la imagen de una vírgen en una iglesias católica, el mismo que la hacia llorar con sus desplantes, el mismo que la insultaba cada vez que tenían una pelea...
Un viejo amor le recordó los sueños que una vez tuvo de ser feliz, cuando todavía ignoraba las complicaciones que traen consigo las relaciones sentimentales, cuando ni siquiera imaginaba alguna vez pudiera aguantar tantas cosas resguardandose con el argumento de que todos los hombres son iguales… Y fue así como la Gabriela que conocí en mi adolescencia volvio a nacer, decidida y feliz nos anuncio que esta resuelta a divorciarse y a darle una nueva oportunidad a ese amor de la juventud que le había hecho despertar de su pesadilla.
Probablemente en esencia, todos los hombres sean iguales pero definitivamente no todos nos hacen sentir igual...