domingo, 4 de septiembre de 2011

El dolor ajeno


Del grupo de amigas que tuve durante todo el bachillerato, Laura siempre fue la más invisible.
Casi no hablaba, no le pasaban cosas emocionantes, no era la más curvilínea, ni la más inteligente.
Nadie esperaba mucho de ella, por eso no nos sorprendió que en nada se destacara, ni tuviera alguna historia de amor que contar.

Era la única de todo el grupo que no tuvo novio durante la adolescencia, al menos no real, porque imaginarios tuvo varios; nos lo contaba emocionada y convencida de que le creíamos, luego, con el tiempo ella misma confesaba que había mentido.

Y si ahora hago mención de todo lo que la identificó por años, es solo para tener un punto de referencia, porque caramba, este cuento si ha cambiado.

Laura hoy es gerente de una de las empresas más importantes del país, es la seguridad en persona y su porte la hace parecer inalcanzable, como estrella en el firmamento.

Nos encontramos un domingo en la heladería, nos sentamos y dos horas más tarde, todavía seguíamos allí hablando de la vida, los amigos, los tiempos pasados y toda esa nostalgia.
Resaltaba en su mano derecha dos anillos que especificaban su estado civil.

“Estoy felizmente casada”, me dijo, cuando se percato que mire su mano.

Desdes entonces Laura esta presente en mi día a día, las redes sociales y el bb nos acercaron bastante.
Me hizo un día una propuesta laboral freelance, yo la acepte y de pronto ahí estaba yo en una oficina junto a su marido, trabajando algunas horas de la semana.

Laura no exageró en nada cuando hablo de su esposo, es muy agradable, un hombre muy cortés y con buen sentido del humor.

Se suponía que yo debía estar 4 horas a la semana en esa oficina, pero las conversaciones y los juegos con Joaquín, el marido de Laura, hacia que pasaran las horas sin que nos diéramos cuenta, comencé a ir todos los días a trabajar con él, aún cuando realmente no era necesario.

Mi amiga se encontró de lo más simpático el asunto, siguió hablándome de lo fantástico que era ese hombre con el que decidió casarse y yo ahora la escuchaba con más atención, estaba de acuerdo en todo lo que decía y a veces me perdía en sus relatos y sentía que era yo la protagonista de aquellas historias románticas o cotidianas.

En aquel momento entendí por completo uno de los consejos que más he escuchado a mi abuela ofrecer: a otras mujeres no les hables maravillas de tu pareja porque lo que consigues con eso es que les dé deseos a otra de quitártelo.

Y como siempre, mi abuela tenía razón con aquel consejo.

Yo no quería “quitarle” el esposo a Laura, pero la verdad es que ya Joaquín me daba cosquillas en la panza.

Hasta entonces no me había querido admitir ni a mí misma que me gustaba Joaquín, a pesar de que, cada vez en mayor medida, me imaginaba situaciones con él. Me visualizaba con él en el cine, en la playa, en un lindo restaurante, riéndonos siempre, justo como sucedía en la oficina cuando estábamos juntos. Reíamos sin parar.

Había cierta tensión, roces, halagos y mucha química, nos costaba cada vez más despedirnos al final de la jornada laboral.

Un día en lugar de decirme el acostumbrado “nos vemos mañana”, me dijo “vamos a cenar”.

Algo subió y bajo dentro de mí, sentí un frío como caliente, una cosquilla, un susto, todo junto y al mismo tiempo.

Le dije que sí y nos fuimos.

Estuve toda la noche esperando que algo sucediera, con miedo, indecisa, sin saber qué hacer, pero realmente ansiosa de que algo pasara. Pero no sucedió nada espectacular, seguimos hablando tan normal como cada día, de los mismos temas y con la misma risa; tan regular todo, que sin darme cuenta se me olvido el susto.

Justo cuando más relajada y olvidada estaba, él guardo silencio, me miro a los ojos, se acercó, y me dijo “Ojalá te hubiera conocido antes”.

Probablemente solo paso un segundo entre su comentario y mi respuesta, sin embargo, dentro de mí hubo una charla larguísima, decidiendo cual de los roles jugar con mi respuesta: el de la desentendida o el real, el de la mujer ilusionada que esperaba ansiosa poder hablar de eso que hace días nos está pasando a los dos en silencio.

Elegí lo segundo, y le respondí: “Nada hubiera deseado yo más en la vida, que conocerte mucho antes”.

El acaricio mi rostro, yo me estremecí.

Fue un momento donde quise olvidarlo todo, olvidar a Laura, olvidar que no debía estar allí, callar lo que me decía que no debía sentir tantos deseos de seguir, que no debía permitir que él también le fallara a quien le había jurado fidelidad y amor ante un altar.

Yo solo quería rendirme a ese milagro de haber encontrado a otro ser humano tan increíble y tan parecido a mi lista de anhelos. Pero no lo hice, y Dios sabe que me costó.

Me levante de la mesa y le pedí que no me hiciera preguntas ni se preocupara. Tome un taxy y me fui.

Nunca más volví a la oficina y corte todo lo que tuviera que ver con él y con su mujer.

Laura se siente ofendida, no entiende mi distancia y mi brusca salida de su vida. Prefiero que me odie si quiere, pero que sea mejor por creerme loca o ingrata, que por haberle desbaratado la vida.

No es que yo sea la mejor persona del mundo, ni que quiera dar clases de moral, es que ya yo sé lo que es estar en la posición que le tocaba a Laura en este jueguito. Sé lo que es confiar ciegamente en alguien y recibir de pago una traición. Sé como duelen esas cosas.

Siempre he pensado, que hacer las cosas bien no me suman puntos en el cielo, solo me resta sufrimiento aquí en la tierra, porque a la corta o a la larga todo bien o mal que hagas a alguien se te retornara más adelante. Llámese karma, cristianismo, religión o locura, yo en eso creo y por eso respeto muchísimo más que el mío, el dolor ajeno.