martes, 20 de septiembre de 2011

Tan sencilla, tan natural, tan llena de silicona…


Cuando me enamore de Leonardo (si es cierto que hace un montón de años de eso, pero lo recuerdo, recuerdo todo lo mágico, todo lo bueno), una de las cosas que más me engancharon de él fue lo sencillo que era, tanto por dentro como por fuera.

No había nada ostentoso en él, no era difícil saber qué pensaba o que le estaba pasando, eso era una cosa muy nueva para mi, que vengo de una familia tremendamente complicada en la que cada miembro debió de haber traído, mínimo, un libro de instrucciones.

El también era amante de la sencillez, no le gustaba verme muy maquillada y mi ropa mientras menos adornos o accesorios tuvieran, lucía mejor a sus ojos.
Por eso, y porque hay una parte de mi a la que no le gusta la complicación y odia los excesos, me acostumbre a lo simple, lo natural, lo práctico.

Cuando llegue al mundo laboral el asunto comenzó a cambiar, cuidar la apariencia me sumaba puntos, por esa razón casi a empujones comencé a usar maquillaje, todavía no creo que lo sepa usar adecuadamente, pero al menos ya se nota que tengo algo en la cara, por años lucí con el rostro lavado, a pesar de hacer lo que yo consideraba un esfuerzo.

Y ese fue el primer paso para todo lo que se le fue agregando a la lista de “cosas que debo hacer para lucir mejor”. Es increíble la cantidad de disparates que existen y que se consideran indispensables para la belleza femenina.

Hay que estar depilada por tooooodos lados y siempre, cremas para mantener hidratados los codos y rodillas, no olvides una crema que le de luminosidad a las piernas, jamás dormir con maquillaje, tener una línea para el cuidado de la piel, otra para quitar las espinillas o amenazas de acné. No puedes dejar que se te note el bigote (si porque las mujeres también tenemos bigote por más horrible que eso suene), las cejas tienen que tener una línea definida, hay que mantener las puntas del pelo sanas, el pelo hidratado, no dejar que se note el crecimiento. Contar las calorías de cada alimento.

Senos perfectos, nalgas en forma, cintura estrecha, ropa de ultima… Uff es agotador hasta escribirlo.

Son demasiadas cosas y yo ni siquiera creo en la efectividad de la mayoría de esos inventos, no creo en cremas, ni en dietas milagrosas y rechazo la religión del sufrimiento eterno por una cosa tan subjetiva como es la belleza.

Pero… El rio siempre te arrastra, y mi madre se propuso cambiar mi filosofía de lo simple. Entonces se levanto un sábado bien temprano y me dijo que ya sabía que era lo que me faltaba para lucir sencillamente perfecta: extensiones de pelo.
Feliz y decidida me agarro por un brazo y fuimos al más reconocido salón especializado en extensiones de pelo de la ciudad. Cinco horas después ahí estaba yo con una melena tipo Rapunsel y con un tremendo dolor de cabeza, debido al peso y todo lo que hay que hacer para colocar la ficticia cabellera.

Me veía en el espejo y no me encontraba, no era yo lo que veía en el reflejo, ya después de algunos arreglos el asunto mejoro y había que reconocer que me veía muy bien; pero nadie me preparo para lo que venía después, cuando las extensiones ya se flojan a un punto en que hay que retirarlas y te quedas otra vez con tu pelo, con el que te dio la naturaleza, cuando vuelves a ser tu.

¡Oh Dios, que depresión!, me sentía peor que nada, me veía en el espejo y sentía que no tenía cabello, que ningún peinado ya me quedaba bien. Quería mis extensiones de regreso, que se quedaran allí para siempre. Entonces reflexione y me dije:

No hay ningún merito en esa belleza, entonces no lo uso más. Asumo lo que soy y así me quedo.

Eso me dije aquella vez, y la verdad es que si he evitado todo lo falso.

Hasta hace dos semanas todo iba muy bien, pero a Dorita se le ha ocurrido que quiere hacerse una liposucción y me ha pedido que la acompañe a la cita con el cirujano.

Aquella clínica es un universo paralelo a la realidad, lleno de siliconas, nalgas de acero, bocas rellenas y muchas otras promesas que parecen imposibles.
Yo me creí realmente indiferente a esas cosas, pero el doctor sabe mercadearse y en muy poco tiempo me hizo comenzar a considerar operarme los senos.

Yo, Yuyita Flores, la que apenas se maquilla, la que odia las uñas acrílicas, la que busca los sostenes con menor relleno posible para no lucir falsa, la menos fashionista de todas mis conocidas, yo, esa misma, estoy pensando pasar mi vida entera con dos pedazos de plástico dentro de mi cuerpo, fingiendo ser dos sensuales senos.

¿Qué diría Leonardo?, de seguro lo desaprobaría, pero qué más da, ya al final él desaprobaba todo en mi, creo que era a mí lo que en realidad desaprobaba.

Mi madre pego un brinco de la emoción cuando le dije que estaba considerando operarme los senos, Dorita se lo ha contado a todas nuestras conocidas, de pronto una decisión algo íntima se ha convertido en un tema social. Hasta en facebook me han preguntado que si ya me opere.

Hoy miro con detenimiento y cierta tristeza mis senos frente al espejo, ¿será justo que altere su forma natural para convertirme en otra pechugona más del mundo?, ¿Será el tamaño de mis senos determinante para que un hombre decida amarme?, Además de llenar mejor las blusas, despertar el morbo y quizás llamar un poco más la atención ¿Qué más podre hacer yo con dos rellenos de goma en el pecho?

Quizás no soy tan sencilla como pensé, tal vez quise convencer a Leonardo de que era lo que él quería y calle por mucho tiempo esa parte de mí que es escandalosa, llena de vanidad y superficialidad.

Quizás sí quiera ser ese cliché de mujer despampanante que cumple con el 90-60-90 de los certámenes, y que importa si después de operada piensan que soy bruta, no creo que la silicona llegue afectar mi inteligencia… Ojala que no.

Entonces seré tan sencilla, tan natural, tan llena de silicona…