miércoles, 28 de marzo de 2012

La barriga, el gimnasio y yo


Lo confieso, una de las primeras cosas que hago cada mañana es observar mi barriga.
Sería completamente normal y comprensible que hiciera esto si estuviera embarazada, pero no es el caso.

Hace años ver mi barriga es una de mis primeras ocupaciones del día.
El volumen de mi panza, determina que usare y si el tema de no engordar estará en pausa o activo en mi cabeza.

Son solo par de libras de más, no creo que lleguen siquiera a cinco, pero ahí están, horrorizándome, haciéndome pensar en ellas sin poder ignorarlas.

Decidido está, entro al gimnasio. El próximo lunes, como todo el que inicia cualquier cosa.
Después de liberar una considerable suma de mis ahorros para pagar la inscripción, comprar calzado y ropa apropiada, llega el día cero. Aquí estoy, como estudiante esperando el primer día de clases.

Llego al fin a este universo de máquinas desconocidas y siento un enorme deseo de salir corriendo. No conozco a nadie.

La máquina caminadora me hace un guiño y me decido por ella. Parece fácil, es solo caminar.
Me subo a la máquina pero no se mueve, tiene un reguero de botones que desconozco, comienzo a puyar sin distinción y de repente me encuentro corriendo.

Casi me rompo la boca, aparte de hacer el ridículo frente a tanta gente. Quedo inmensamente agradecida del joven que se apiado de mi y fue a controlar la máquina.

Día 2: No me voy a dar por vencida solo por haber pasado una vergüenza histórica, igual nadie me conoce. Regreso y esta vez me animo a entrar a una clase de bicicleta que después me entero se llama ¨spinning¨.

Pedalee toda una hora, pero sospeche que algo no andaba bien. Todos sudaban mares y yo seguía tan seca como entre. No sabia que había algo llamado resistencia y sin eso, no tiene chiste tirarme una hora sobre la bicicleta.

Día 3: No, todavía no me voy a dar por vencida, pague demasiado dinero por este invento mío de querer perder barriga. Encuentro la milagrosa clase de zumba, dicen que bailando una hora pierdo 800 calorías, justo lo que ingiero en las noches al comerme un Wendys.

Día 4: Estoy cansada, me duelen hasta las pestañas, pero no me voy a detener. Con espíritu guerrero, paso al área de las pesas (de la cual no conozco NADA) y arrancó a imitar a Rocky Balboa preparándose para su gran pelea.

En una maniobra que no recuerdo la pesa de 5 libras se me zafo y acabo en mi pie.

Dia 5: No más gimnasio.
Estoy cansada, con un pie lesionado y con mi barriga tan grande como el primer día.

Una semana después me encuentro con Lorena, una de mis compañeras de la universidad, anda con una blusa impresionante que deja ver algo de su abdomen y sus definidísimos brazos, casi convulsiono de la envidia.

¡Dios mío, como lo haces!?, le pregunto sin intentar disimular.
Yo solo fui 4 días al gimnasio y casi termino rota en pedazos.

Inmediatamente después de eso, inicio una charla por la que estaré eternamente agradecida con Lorena, me explico como armar una rutina y que es importante de cada clase.

Día 6: hoy me reintegro, las orientaciones de Lorena me hacen sentir más segura y así mi dinero no sigue perdiéndose. Hice spinning, pero bien hecho. Me siento molida, pero satisfecha, al fin voy saliendo a camino.

Día 7: La caminadora y yo hicimos las pases, prometo mañana darle una oportunidad a las pesas.

Día 8: No me pude resistir, preferí bailar que buscar las pesas. Salgo feliz al baño y allá encuentro dos flacas con aspecto de moribundas, hablando de lo "dura" que esta una tal Rebeca.

"Es que Rebeca no pierde tiempo en clasecitas de zumba, ni haciendo cardio, ella le da duro a las pesas"

Día 9: es oficial, mi obsesión me domina, necesito ser una Rebeca, estar tan dura como la factura que pago cada día 30 en este gimnasio. Arranco con las pesas y los abdominales. Quedo tan cansada y agobiada que quiero ir a acostarme y no hacer nada más en lo que resta del día (cosa que por más que quiera no se puede).

Día 10: Tengo que ser sincera conmigo, las pesas y los abdominales no me hacen feliz. Me hacen tomarle mala voluntad al gimnasio.

Día 180: han pasado 6 meses desde que entre al gimnasio, lo amo, no puedo vivir sin el. Ya no me duele nada.
Sigo comiendo Wendys por las noches, abandone las pesas y los abdominales. He querido comprar el cuento de que atento a clases de zumba estaré en forma, aunque sé que no es así. Y mi barriga, sigue ahí tan igual como el día cero, determinando lo que usare, de lo que estaré acomplejada y hasta la manera en que me sentare para cuidar que se note o no.

Ah y dicho sea de paso, también comprobé mi teoría de que en el gimnasio no se conocen hombres, hasta la fecha los únicos hombres con los que he tenido chance de conversar han sido los entrenadores y nuestra charla se limita a: ¨guai, que abuso¨, ¨dale que tu puedes¨.

Bueno, seguiré en la búsqueda de mi abdomen controlado, aunque no este colaborando mucho para conseguir mi objetivo, lo que nadie me quita es lo gozado y la sensación de bienestar que le da ponerme a dar brincos todos los días bien temprano