jueves, 7 de abril de 2011

El carrito blanco



El día que me cobraron veinte pesos de pasaje, no se describir lo que sucedió dentro de mí, solo sé que desde lo más sincero y decidido de mi ser, me dije: “no más, necesito mi propio carro”.
Sin titubear ni un segundo reduje a la cantidad mas mínima el dinero que iba a tener disponible esa quincena y el resto lo deposite en el banco. Ese fue el primer paso. Un paso que aunque lo di con determinación, no dejo de causar cierta duda dentro de mi; pues temía que pronto se desinflaran mis ánimos, viera una vitrina con ropa espectacular que me hiciera olvidar mi propósito y gastarlo todo, como hasta el aquel momento siempre había pasado.

Recordé la frase que dice: “cuando dices muchas veces una mentira se convierte en verdad”, y pensé que si lo decía muchas veces, no solo no iba a poder olvidar mi compromiso, ya los demás también comenzarían a preguntarme, y la espera por el carro se iba a convertir en algo real; entonces comencé a hablarlo con todo el que conocía, creo que harte a todos mis conocidos hablándole del famoso carro.


Hice el ejercicio de visualización del que habla el libro “El secreto”, cerraba los ojos y me veía con un guía en las manos, el aire acondicionado encendido, cantando canciones de esas que me gustan. Yo sola en un carro, sin que nadie se me pegara, me apretara, me obligara a escuchar programas políticos que me irritan a morir, o canciones de esas que me enferman el alma.

Deje de visitar las plazas comerciales, evitaba las tiendas, ni mi madre creía que me fuera a durar mucho la decisión, no me creyó hasta después de pasados los seis meses, cuando vio que visitaba con frecuencia el banco y ya se acostumbraba a verme con las mismas ropas, sin que me derrotara la novedad de la moda.

Aprendí a ser creativa con el vestuario, ya no podía comprar un vestido por cada salida que hiciera, combine piezas que nunca siquiera pensé, comencé a darle uso a prendas que ignoraba de mi closet.

Un año y dos meses después de aquel aumento de pasaje que me hizo asumir una actitud decidida, pocas veces tan fuertes en mi persona, abandone con mucha alegría la lista de peatones de Santo Domingo, el carro llego a mis manos, sin deudas, sin líos, luciendo justo como lo imagine, como lo quise desde aquel día en que decidí “ya no más”.

Firmaba los papeles del acto de compra mientras hacia un esfuerzo sobrehumano por contener las lágrimas de emoción; esperaba sentada se resolviera todo el papeleo, y no podía quitarle los ojos de encima al vehículo, trataba de asimilar que era mío… La verdad es que todavía no he logrado procesarlo.

Ni siquiera por todo el estrés que me provoca manejarlo en esta ciudad de conductores salvajes, que parecen regirse por la ley de la selva, donde el más fuerte es el que sobrevive.

Voy manejando en esta jungla disfrazada de ciudad y las manos me sudan aunque el aire este encendido en el nivel más alto, he sentido el corazón quererse salir de mi pecho, en más de una ocasión se me ha quitado el apetito y las nauseas se han apoderado de mi por los nervios… Todo eso solo por tener un volante en manos.

Aun así, no lo asimilo, intento volverlo algo normal en mi vida, pero todavía no es posible.

En forma de broma le advierto a mis conocidos que si ven un carrito blanco andando cerca de ellos, lo eviten. No tengo planes de chocar, pero en verdad compadezco a quien vaya detrás de mí cuando voy conduciendo.

Aprender a conducir fue otra historia, que resumiré diciendo que hubo peleas, gritos, lágrimas, frustración y finalmente decisión. El Yuyo, sin dudas es un héroe solo por la paciencia que me tuvo mientras yo me negaba a aprender, más muerta del miedo que por falta de conocimiento.

Cuando me entro la valentía, ya no fueron necesarias las explicaciones ni advertencias, era como si siempre hubiese sabido lo que tenía que hacer. Otro triunfo conquistado… Aunque sigo recomendando a todo el que me lee, que se aleje de cualquier carrito blanco que vea rodando en las calles de Santo Domingo.

No es que yo sea mala conduciendo, es que los demás manejan con un criterio muy distinto al mío.


P.S. Le tome prestado el espacio a Yuyita para escribir esta historia que es muy mía y verídica... Nada tienen que ver con Yuyita, la protagonista de este blog