domingo, 9 de mayo de 2010

Un bloquecito de hielo


Un bloquecito de hielo entre las piernas, eso es lo que la madre, la tía y la abuela de Carolina le aconsejaban imaginarse cada vez que sintiera la tentación de entregarse a algun noviecito.
Las repetidas conversaciones sobre los embarazos de las jovencitas del barrio buscaban aleccionarla, “Ya se jodio fulana, dejándose embarazar”, les escuchaba decir al trío de mujeres que se encargo de criarla.
Y fue así como la idea del embarazo se convirtio en sinónimo de fracaso para Carolina, quien tampoco nunca tuvo permitido llevar un novio a su casa o tenerlo a escondidas.
Jamás se atrevio a admitirlo en voz alta, pero tal era su miedo que en muchas ocasiones soño estar embarazada y en su desesperación se escuchaba decir, “No lo voy a tener, nadie se va a enterar”…
Un bloquecito de hielo fue lo que siguio teniendo entre las piernas cuando se caso con Esteban, el novio que le entendio su decisión de llegar virgen al matrimonio y quien le hizo la primera (y ella sospechaba que la única que podria recibir) proposición matrimonial de toda su vida.
Por meses no hablo de otra cosa que no fueran las flores, el color de los vestidos, la cita con la modista, no exceder el presupuesto y el cursillo matrimonial de la iglesia.
Todas aguardamos a que se acercara la fecha del matrimonio para organizarle una despedida de soltera, pues de todo se había ocupado menos de averiguar que cosas podían esperarle la noche de bodas y las siguientes…
“Eso se resuelve por puro instinto, no creo que haga falta tanto consejo”, nos dijo Carolina deteniendo la atrevida dinámica que nos disponiamos a empezar.
La creciente desesperación que vivía en las sesiones de besos con su prometido, la hicieron esperar aquel momento con ansias, creando expectativas tan altas como el tamaño de su desilusión luego de la luna de miel.
La noche de boda no fue lo que había imaginado, me confeso dos años después, se quedo esperando las estrellitas que tanto le habían anunciado las canciones y el instinto en el que tanto confio, se le quedo mudo cuando su hasta entonces tierno novio asumio una faceta completamente desconocida para ella, en la que la ternura no formaba parte.
Frente a sus ojos entreabiertos, por la verguenza, vio como Esteban se transformo en un devorador impaciente, silencioso y distante.
Ella no hacía nada, solo se tumbaba a esperar que su marido encontrara el placer que ella aún desconocía, el miedo de ser inmoral o de un embarazo la mortificaba, la inmovilizaba. Y pensando en esto el corazón se le quería salir del pecho… Nunca de la emoción, siempre del susto.

El hombre que había idealizado se había convertido en una realidad decepcionante, no se sentía enamorada, más bien un conveniente mueble del hogar que tenía la responsabilidad de tener una casa impecable y estar siempre dispuesta para cuando las necesidades carnales de su marido apremiaran.

Cuando Esteban comenzo a reclamarle un poco más de participación en la intimidad, su pavor crecio al punto de empezar a sentir pánico al verlo acercarse a ella.
“Me quiero divorciar, no quiero seguir viviendo con este miedo”, me dijo una mañana por teléfono.
Dos semanas después abandono su casa y el rol de esposa para comenzar a vivir a su manera. Fue a partir de entonces que fue abriendo su mente al mundo y a maldecir la educación que había recibido en casa para ser una mujer “decente”.

Se propuso transformar el miedo que vivio en su matrimonio en el placer que nunca experimento.

“Quiero que me hagan ver estrellitas”, nos dijo entre risas una noche de copas. Esa vez, no solo nos conto toda la verdad sobre su fallido matrimonio, sino que también pidio que le dieran todos los consejos que se nego a escuchar en su despedida de soltera.

Advertencias y recomendaciones que en realidad no le sirvieron para nada, pues cuando finalmente logro ver las añoradas estrellitas junto a un hombre, lo único que tuvo que hacer fue derretir el bloquecito de hielo que siempre imagino entre sus piernas y asfixiar con la almohada todos los prejuicios con los que le intoxicaron la cabeza al crecer…

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