miércoles, 3 de agosto de 2011

La vaca muerta


Dentro de la mayoría de las familias se utilizan expresiones que solo tienen significado para sus miembros. Por ejemplo, en mi familia un envase es una “cantimplora”, una mujer embarazada esta “abimba”, un hijo fuera del matrimonio es un “hijo bartolo” y así sucesivamente.
Probablemente la expresión más extraña y poco común de mi familia es el de “la vaca muerta”.
Este concepto se aplica a las mujeres que se muestran débil con un hombre y le proporcionan materialmente lo que este le requiera, o sea, mujeres que de alguna manera mantienen a los hombres.
Todas las mujeres de mi familia hemos sido llamadas “vaca muerta” alguna vez por mi abuela y no necesariamente por mantener un hombre, basta con mostrar cierta debilidad o deseos de complacer para que se nos aplique el calificativo.
Y yo creo que he cumplido con todos los requisitos que se requieren para obtener este título, con las tontas decisiones que he venido tomando desde hace más de un año, cuando conocí a Rafael.
Rafi, era el nuevo en la oficina, tenía un buen humor contagioso, siempre estaba cantando o contando chistes y era agradable tenerlo cerca.
Tanto hablábamos y compartíamos, que las horas de trabajo se hacían ligeras y agradables, luego comenzamos a vernos fuera del trabajo y eventualmente comenzaron a aflorar sentimientos.
Nos volvimos novios y yo anduve montada en una nube durante más de dos meses, hasta el día en que se acerco el concierto de Shakira.
Yo había esperado ese evento durante meses, le había dicho en cientos de ocasiones como esperaba esa fecha, y una vez iniciamos nuestra relación quedamos en asistir juntos, él dijo que compraría las boletas.
Justo el día del concierto me dijo que lo perdonara pero que no había podido comprarlas porque se le presento un imprevisto y se quedo sin dinero. Me lo dijo con una dulzura y un encanto que logro suavizarme por dentro y hacer que yo me concentrara en correr a buscar las boletas.
Tres horas y un aguacero después, tenía las boletas en mano, me costaron 3 veces su valor inicial. Respire hondo y trate de no darle importancia.
El me dijo, “tranquila mi amor, tan pronto como me salga un cheque que estoy esperando, te repongo ese dinero”. Eso nunca paso.
A partir de allí nuestros encuentros se hicieron cada vez más contados, cuando le reclame que estaba pasando, me dijo que andaba con el presupuesto corto y estaba controlando el gasto en gasolina. Entonces para poder seguir viéndolo con la frecuencia acostumbrada, comencé a ser yo la que lo visitara.
Igual, cuando andábamos juntos más de una vez me toco “prestarle” dinero para la gasolina, pues el tanque andaba casi en reserva.
El dueño del chimi de la calle de su casa se hizo hasta amigo mío, pues fue tanto lo que me toco cenar allí que ya tenía la confianza de servirme yo misma el jugo y terminar de prepararme mis hot dog cuando había mucha gente.
El no tenía dinero para nada mejor de ahí, y yo comencé a perderme las cenas y cumpleaños de mis amigos porque todos eran en restaurantes para los que él mismo decía no poder ni entrar.
Cuando me canse del chimi y mi gesto de “solidaridad” ya estaba teñido de frustración entonces, decidí tomar el toro por los cuernos, elegir donde quería ir, pasarlo a buscar y pagar yo.

Rafael estuvo muy tímido los dos primeros días que yo pague la cena, me dijo en tono dramático que se sentía poca cosa al no poder darme lo que yo merecía, pero esto no impedía que pidiera lo más caro de la carta y que comiera tanto que luego ya no le quedaban deseos ni de conversar.

Rápido se acostumbro y ya estaba que me enviaba mensajes diciéndome que deberíamos repetir tal o cual sitio o comida, porque se despertó con el deseo.

La hora de pagar la cuenta se volvió muy incomoda para mi, los camareros siempre se la daban a él, las primeras veces yo se las arrebataba para que no se sintiera abochornado, después, él mismo le decía al camarero, ¨dásela a ella¨.

Con el pasar de los días y en situaciones que ni sé explicar, comencé a comprarle ropa, porque según él, su vestimenta no estaba a la altura de los lugares que visitábamos, comencé a colaborar con sus gastos, porque supuestamente enfermó y había que comprar medicamentos y una que otra cosa que tuviera que pagar encontraba auspicio en mis bolsillos.

No me pregunten por qué lo hacía, yo misma no lo sé, estaba como en una especie de trance, el conseguía todo de mí y me dejaba sonriente. Hacerme muy feliz, le salía fácil y yo pagaba por eso.

Yo era una vaca muerta feliz hasta el día en que me entere que mi amado se estaba estrenando como padre. Una foto etiquetada a su facebook lo delato. Sus familiares y conocidos llenaron su muro de felicitaciones y él a nada respondió.

Yo tenía la esperanza de que fuera una confusión y me negara que eso era verdad, pero que va. El era el padre de una niña, me lo confesó cabizbajo. Me pidió comprensión y me aseguro que eso no afectaría nuestra relación, que deseaba seguir conmigo.

Honestamente yo quise creerle, la idea de separarnos no me agradaba, a pesar de todo lo que me costaba tenerlo en mi vida. Pero saque numeritos y me di cuenta que esa niña había sido concebida a inicios de nuestra relación, justo cuando el dinero comenzó a escasear.
Entonces comprendí, que no solo había sido traicionada, también había sido utilizada para costear los gastos de ese embarazo y si me quedaba con él, todo parecía indicar que mis bolsillos aportarían bastante en la crianza de esa niña y ni hablar de la creciente mata de cuernos que seguiría creciendo en mi cabeza.

Un montón de sacrificios, un exceso de comprensión, deseos de complacer, mi obstinación de querer estar montada en mi imaginaria nube de felicidad y hacerme la ciega ante tantas cosas que no estaban bien, me llevaron a este punto. Siento que tengo mucha culpa de que esto me pasara.

Me deje llevar de que dentro de esta gran ¨modernidad¨ que estamos viviendo, cada vez se hace más frecuente y normal que una mujer gane más que un hombre, ocupe posiciones más importantes en el ámbito profesional y obtenga mayor reconocimiento. Por consecuencia, a nosotras nos esta tocando hacer cosas que antes no se hacían, como pagar la cuenta, ayudar económicamente a la pareja, pretender ser menos de lo que somos, demostrar que no hay ningún problema en hacer cosas como comer un chimi, cuando en realidad queremos una fastuosa cena en un restaurante que si podemos pagar.

Lo digo no solo por mi, también por muchas de mis amigas que viven esa realidad; y la lógica me indica que esa es la nueva corriente que dominara las relaciones sociales, puesto que el número de mujeres en las universidades supera por mucho el número de hombres, y hasta en esta súper machista sociedad, las mujeres están rompiendo los esquemas ocupando posiciones cada vez más encumbradas. Estamos teniendo más oportunidades porque estamos más dispuestas, queremos superarnos y estamos más preparadas. Y esto no lo digo con orgullo, yo no quiero vivir en una sociedad de desventajas, donde los hombres tengan miedo de acércasenos porque se intimidan, porque ganamos más o en la que estos elijan ser infieles y violentos para compensar sus complejos de inferioridad.

No quiero ser pesimista, pero me parece que ante esta situación, a todas las mujeres de esta generación nos tocara en algún momento jugar el rol de ¨la vaca muerta¨.

Y yo la verdad es que no me quejaría, siempre y cuando al menos recibiéramos a cambio respeto, honestidad y amor sincero.

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