miércoles, 16 de septiembre de 2009

Besos sin número


Hoy me ha dado con pensar en mi primer beso, ese que me di escondida en un pasillo del colegio con un chico que me rogó más de una vez ser su novia. Nunca le dije que sí pero le regalé mi primer beso. El ni siquiera lo imagina.
Creo que hoy lo recuerdo con especial insistencia porque desde que desperté he deseado como nunca experimentar la sensación de un beso, pero no de uno cualquiera.
Hoy quiero uno de esos que son como un estallido en el alma, una fiesta agradable de sentimientos y sensaciones, todo al mismo tiempo.
Tal vez soy solo victima de mis hormonas y de la biología que llevan a mi cuerpo a buscar el apareamiento para la supervivencia de la especie (como si no fuera suficiente con toda la gente que hay en el mundo pasando trabajo) o quizás es el largo tiempo sin tener una ilusión amorosa que no solo despierte las traviesas mariposas de mi vientre sino también que roce sus labios con los míos y me haga olvidar hasta mi nombre con solo sentir su aliento cerca…
Y otra vez llega a mi mente mi primer beso. Yo con unos escasos once años, él apenas con trece; a decir verdad me atraía, pero no lo suficiente como para sentirme orgullosa de exhibirlo como novio. Me avergonzaba su colorida camisa (tipo camión haitiano), su corte de pelo era desastroso y además, no era el más brillante de la clase, (por no revelar indiscretamente que era el decía las idioteces más grandes que he escuchado).
Pero era ese aire de niño rebelde el que me venció en secreto, eso y la presión de ser la única de todas mis amigas a la que nunca nadie había besado.
Se suponía que el chico malo era él, pero fui yo quien lo presiono para encontrarnos a solas y quien lo pegó de la pared para besarlo.
Y fue así como Aarón (así se llamaba el susodicho) quedo para siempre inmortalizado en el libro de mi vida, sin el saberlo, sin yo pensarlo… Y ese primer beso hoy me persigue más que nada por la nostalgia que tengo hoy por los besos… Por el deseo de que esta soledad se acabe y pronto encontrar al príncipe azul, rojo o amarillo (ya no estoy tan exigente) que corra deseoso a donde me encuentre cuando lo llame tan temprano como me despierte para decirle que ese día lo único que quiero son besos, besos sin números.

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