miércoles, 16 de septiembre de 2009

La suerte de la fea... la quiero con desesperación!


Bien reza un dicho que ¨al pie malo to´ se le pega¨, solamente hay que tener una debilidad en alguna cosa para que de pronto todo afecte precisa y únicamente lo que te duele. Sé que estoy en una onda medio pesimista pero es que a veces creo que la vida se rie de mi o al menos se entretiene conmigo.
Más de seis meses han pasado desde que Leonardo terminó conmigo y me ingresó a la lista de hermosas y talentosas jovencitas que nadie entiende por que están solas, pero al fin y al cabo, solas están. Mi deseo por encontrar nuevo novio, confieso que a este punto se ha vuelto en casi una obsesión, y es que por más que los psicólogos prediquen los beneficios de estar solo, nadie me quita el sentimiento de ¨loser¨ cuando se arman las salidas y yo me tengo que quedar porque todos van en parejas.
Tantos textos y canciones pregonando la famosa liberación femenina y la autosuficiencia que tenemos ahora que también trabajamos, pero a mi solo me suena a un cuento que nos queremos creer pero que todavía no nos sale.
Somos financieramente independientes, pero acéptenlo, todas nos morimos por tener a un hombre enamorado a nuestro lado.
Dejando a un lado mi discusión imaginaria por la ¨engañosa independencia femenina¨, voy al punto de mi relato del día…
Hace tan solo dos meses de esto, pero ese día en particular me desperté sintiendo que la soledad me había reducido a un insignificante insecto que ni siquiera motivaba a nadie a sacarlo de circulación, estaba completamente dentro del personaje de ¨la reina del drama¨ cuando recibí la llamada de mi tía Elena para anunciarme muy feliz que Carmen, mi prima, se casaría en dos meses y que deseaba que yo fuera la dama de honor.
Quería sentir felicidad por la dicha de mi prima, pero en lugar de eso no dejaba de pensar como era posible que una mujer tan fea, descuidada y poco femenina lograra conseguir a un hombre que estuviera dispuesto a jurarle amor eterno frente a todo el vivo que ella quisiera invitar.
¡Tanto salón que pagas Yuyita por verte bien y no tienes ni la mitad de la suerte de la espantosa Carmen!
Fue justo lo que pensé mientras caminaba rumbo al altar, sola y luciendo un vestido de la tela mas barata que tía Elena pudo encontrar. Detrás de mi otras tres damas un poco mas risueñas que yo y al final del pasillo mi voluminosa prima.
No supe que anhelaba tener una boda hasta ese día porque a pesar de mi frustración, mi corazón se derritió al escuchar los originales votos matrimoniales que se dedicaban los novios agarrados de la mano y transpirando amor por cada poro. Nadie se dio cuenta pero lloré de emoción.

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