lunes, 21 de septiembre de 2009

El almuerzo


No me deslumbro su convertible, como su porte de caballero, si tiene el dinero a veces sirveeee, es tu amor lo único que quiero… Así dicen las letras del tema ¨El hombre perfecto¨, según la interprete no se le llenaron los ojos con el carrazo del tipo (pero no deja de mencionar que el tiguere tiene un convertible), como no me gusta la hipocrecía sere sincera, yo si acepte la invitación de Elías a comer por el tremendo carro que tiene.

Como buena hija de mi madre (que no quiere pelagatos en la puerta de su casa), me emocioné al verlo llegar ese domingo y parquearse frente a mi edificio en aquella maquina roja que parecía destellar con el sol.

Tenía muchas expectativas con aquel almuerzo, quizás es la imaginación tan traviesa que tengo o la emoción de estar frente al hombre que mi madre me había descrito toda la vida como el ideal. Me lo había dibujado tan bonito que no me incomodaba la idea de casarme con el imaginario prospecto.

Tres largos días había pasado esperando el momento de nuestro encuentro y hasta me motivo a endeudarme con mi tarjeta de crédito con tal de lucir espectacular cuando nos volviéramos a ver la cara.

Espectacular es justo como lucía cuando llegamos al destino escogido por el susodicho. Humillada es como me sentí al darme cuenta de que estaba en un comedor chino, carente de higiene o de cualquier estética básica. Con una tapa de cisterna en el mismo medio del local, cuadros de imágenes chinas tapizados de polvo y descuido, mesas pegajosas aun con residuos de comida y una dominicana obesa, muy sudada y con poco deseo de servir indicándonos con poca delicadeza que nos sentáramos rápido si íbamos a quedarnos en el lugar.

Todo el que entraba al ¨restaurante chino¨ iba muy acorde con las condiciones del sitio, por eso se me quedaban mirando sin disimulo, pues mi look de mega fashionista iba en contra de lo que debía ser.

El asco que sentía era más grande que la vergüenza que tenía, para no hacerle por completo el desaire a mi compañero de mesa ordene una sopa que apenas probé.

La verdad es que no estaba tan mala, de hecho estaba resuelta a beberla cuando de pronto Elías quiso ponerse conversador mientras devoraba con impulso casi animal los tres platos que ordenó solo para él.

Podía ver los granos de arroz paseándose por su boca mientras intentaba plantearme un tema, quise seguirle el juego y le conteste con un chiste que hizo sacar todos sus dientes llenos de pedazos de verduras, lo que casi me provoca arcadas.

Después de eso le fue muy difícil volver a escuchar mi voz en todo el almuerzo. Quiso invitarme un helado pero ya estaba lo suficientemente traumada como para querer continuar con ¨la cita¨, además de que cuando mencionó la palabra helado, mi mente imagino de manera automática una paleta de las que vende el camioncito a quince pesos.

El hombre le puso la cerecita a la tarde cuando al detenernos en un semáforo sacó un palillo de un bolsillo y comenzó a sonarse los dientes para ayudar al palillo a realizar su función higienizadora.

Diez minutos después, sin besos, palabras o cualquier manera de comunicación, me desmonte del flamante carro rojo avergonzada, asqueada y con mucha hambre.

Quien te manda Yuyita a ser tan superficial?

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