domingo, 8 de noviembre de 2009

La sinceridad de una suegra


Pocas personas he conocido que tengan el efecto que tiene en mi Doña Sofía. Con tan solo verla siento que el estomago se me revuelve y me entra una inexplicable ansiedad que se me hace casi imposible disimular, lo único que se me ocurre es salir corriendo y si la circunstancia lo permite así lo hago.

Pero ayer la situación era demasiado evidente y a pesar de que hice el amago de huir me detuvo su estruendosa voz cuando pronuncio mi nombre para luego acercarse lentamente caminando como si intentara modelar la desventurada anatomía que a sus 56 años lucía orgullosa. No sin desaprovechar el camino para ir chequeando mi aspecto desde la punta de mis pies hasta el final de mi cabellera, con esa mirada indiscreta y calificadora igual a la que me recibió aquel primer día en que pise su casa para conocerla de la mano de mi entonces novio, Leonardo.

Ese primer día, me asegure de llegar muy bien vestida para causar una buena impresión, esquive todas las blusas escotadas o informales de mi closet y llegue tan prolija como pude, sin embargo, eso no evito que hiciera mención de lo exagerado que estaba mi atuendo al ser tan ¨cubridor¨, en tono de broma y cinismo agregó que tenia el look de una evangélica frígida.

Como el motivo de mi visita era un almuerzo familiar, no quise llegar con las manos vacías sino que compré una tarta helada para el postre, la cual puse en sus manos tan pronto como nos abrió la puerta, sin disimulo miro la caja con desprecio y la soltó sin cuidado en la mesa del recibidor, fingiendo una emoción sobreactuada por darle la bienvenida a su hijo consentido llenándolo de besos y abrazos.

Si no hubiese sido porque le recordé la existencia de la tarta la habría dejado derretir en la mesa solo para tener una excusa por la cual no comerla… Aunque igual nadie la probó, pues cuando llego el turno del postre Doña Sofía se disculpo conmigo explicándome que ya había ordenado un postre en una fina reposteria de la ciudad porque no acostumbra a exigir a sus invitados a que traigan platos para compartir. ¨Eso de que cada quien traiga algo para comer es algo de muy mal gusto, una excusa para disimular las carencias¨ explicó.

Y esa precisamente era el punto débil de mi querida suegra: las apariencias.

Para ella el que dirán es más importante que la vida misma, por eso gasta lo que no tiene en ropas, accesorios, salón y adornos para la casa. Su obsesión por sentirse superior al resto de las personas la había hecho olvidar que había nacido y crecido en un pobre y remoto campo de Pedernales, donde hasta la naturaleza se negaba a facilitarles la supervivencia a los habitantes del lugar, con la aridez de la tierra y la falta de oportunidades.

Ahora en cambio, se la pasaba coordinando tardes de té en la sala de su casa, con amigas tan superficiales y desubicadas como ella, a las cuales entretenia inventandoles historias fantásticas sobre la vida y suerte de sus hijos. Por eso era tan importante que las parejas de sus retoños cumplieran la lista de cualidades que ella había determinado debían de tener los que ostentaran una relación con su distinguida prole.

Yo, definitivamente no encajaba con su concepto de mujer perfecta para Leonardo, empezando por mi apellido, uno de los primeros datos que se aseguró de obtener al conocerme.

Yuyita Flores, no le pareció un nombre de alcurnia o agradable, de hecho hasta me sugirió asumir algún apodo más ¨chic¨. Su familia no era rica ni poseía un apellido ilustre, pero ella necesitaba asegurarse del buen posicionamiento social de sus hijos y eso fue algo que dejo bien claro durante todo el tiempo que la trate.

Y yo como toda boba enamorada quise ganármela a pesar todas sus muestras de desprecio, por eso cuando llego el día de las madres, gaste lo que nunca había gastado en un regalo para mi propia madre, comprándole una pieza de cerámica alemana. Estaba feliz esperando a que llegara el momento en que lograra deslumbrarla con aquel regalo, pero nada más lejos de lo que sucedió cuando finalmente sacó la pieza de la envoltura. Con una expresión dura en el rostro lo tomo en sus manos y lo observo. ¨Es cerámica alemana,¨ le dije, a lo que ella respondió: ¨Ojala no hayas pagado mucho por esto porque te engañaron diciéndote que era cerámica alemana, esto si acaso es chino.¨

Y hasta aquel día llegaron mis intentos y paciencia para lidiar con mi extremadamente sincera suegra.

Por más que Leonardo me rogó nunca más puse un pie en aquella casa y siempre que puedo esquivarla en la calle lo hago con tanta franqueza como la que ella siempre tuvo conmigo.

Por eso cuando la vi aproximarse hacia mi a pesar de que hice un intento de esperarla, no pude resistir la idea de enfrentarme a sus cuestionamientos y fanfarronería, preferí alzar la mano para saludar, decirle que tenía prisa y echar a andar.

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