jueves, 4 de noviembre de 2010

La verdad


Dicen los psicólogos que para tener una buena relación de pareja es esencial una buena comunicación en la que además prime la honestidad. La experiencia me dice que eso no es así.
Lo digo yo que no me callo nada, la palabra comunicación es lo mío, siempre lo ha sido y precisamente por ser de esa manera y ver los resultados es por lo que hoy puedo afirmar que la verdad no siempre es nuestra mejor aliada, menos cuando se trata de asuntos de pareja.
Cuando yo aun creía en cosas que ahora me dan mucha risa, una compañera de trabajo me dijo que a los hombres jamás se les puede decir la cantidad real de ingresos que tienes al mes. Cuando escuche eso, me horrorice, no le dije nada pero pensé para mis adentros, “ay no, que feo es ocultarse cosas, yo no quiero una relación como esa”.
Pero cuando Leonardo comenzó a hacer planes de boda conmigo entendí el asunto. Le busco a cada centavo de mi miserable sueldo un destino diferente, ninguno tenían que ver conmigo ni con los mimos que de vez en cuando me doy. Me dijo: “De ahora en adelante para todo seremos dos, el singular ya no forma parte de nuestra realidad”, o sea ya no había Yuyita, yo y mi dinero nos confundiríamos por siempre en un “nosotros” que con el tiempo probablemente incluiría más gente.
La idea no me gusto ni un poquito, me sentí dominada, atemorizada, aprisionada, ¡atracada!
Y como yo todavía creía que en la pareja todo lo que uno siente, sobre todo si no está conforme, lo comparte, me di la libertad de decirle exactamente como me hacía sentir esa determinación que no consulto con mi voluntad.
Lo que le siguió a eso no tuvo nada que ver con la civilizada conversación sobre nuestros sentimientos que yo imagine, el asunto termino en un pleito histórico donde nos dijimos cosas hirientes que incluyeron menciones especiales de ciertos familiares, antiguos reclamos, rencores que nunca antes mencionamos y hasta el impacto violento de una figura de cerámica contra la pared. Un silencio le siguió a eso.
Estaba asustada, lo único que se me ocurrió fue callar y quedarme muy quieta hasta que su ira disminuyera; en aquellos minutos de silencio pensé y me arrepentí grandemente de aquel ataque de sinceridad que había tenido. Tal vez no debí mencionar lo bruja que es su madre y como siempre busca la manera de hacerme sentir miserable; probablemente haberle dicho que era el hombre más tacaño con el que me había topado en la vida iba a complicar un poco el asunto cuando saliéramos a comprar algo en un futuro; Decirle que no iba a permitir que me convirtiera en su esclava particular a la que además pensaba despojar de todas sus ganancias, quizás no fue la mejor manera de explicarle mis miedos.
Nada había salido bien y no era la primera vez, yo y mi afán de creer que hay que ser sincero ante todo me ha metido ya en demasiados líos.
El problema es que yo tuve que cantar durante años un himno que dice: “No digamos jamás la mentira, no engañemos a nuestros papas, que no hay cosa más bella que un niño cuando sabe decir la verdad”.
Aparte de eso mis primeros años de vida estuve junto a mi abuela, una mujer que te dice la verdad más hiriente sin siquiera inmutarse, es parte de su naturaleza y asumí el asunto de decir la verdad muy literalmente.
No es que vivamos una mentira, pero definitivamente hay mentiras que nos ayudan a vivir mejor.
“No te ves gorda mi amor”, “Estoy de acuerdo contigo”, “Ve y diviértete mi vida, me alegra que te distraigas con tus amigos", "vamos a hablar, te prometo que no vamos a pelear”, “Te juro que no baile con nadie”, “Es un compromiso de trabajo”, “Yo solo te he amado a ti”, “Siempre te he sido fiel”, ect, ect, ect…

3 comentarios:

  1. Ay Mija! A sinceridad te digo que eso depende del novio que tengas; lo malo es que son pocos los hombres con los que en realidad te puedes sentar a hablar de TODO :-S Pero a ti te toca determinar cuál tipo de hombre fue que te tocó! Y ACTUAR EN CONSECUENCIA!!!

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  3. Jajaja, ay Mesishi este es el cuento de nunca acabar, si pudira prescindir de ellos creeme que lo haría.

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