lunes, 18 de abril de 2011

La pasarela de los complejos


Mi amigo Oliver desahogaba sus penas conmigo de manera espontánea, estaba teniendo muchos inconvenientes con su novia, no la quería dejar, por eso intentaba entenderla y como si yo le fuera a dar respuesta a una pregunta milenaria y de tanto valor para el mundo me preguntó que tenía que hacer para comprender a una mujer.

Yo soy mujer y confieso que muchas veces también he querido poder comprender lo que siento, hago y deseo, porque todo eso cambia con tal rapidez que me hace preguntarme ¿Pensaran los demás que estoy loca?. Tanta incoherencia es vergonzosa.

Después de un silencio de algunos 30 segundos, Oliver me pregunta:

¿Es verdad que las mujeres piensan en varias cosas al mismo tiempo?

Le dije: Bueno… La verdad es que cuando me invitan a la playa pienso mil cosas en una fracción minima de tiempo:

Me tengo que depilar al menos un día para evitar irritaciones. No tengo los pies arreglados y tengo que andar en calipsos. Comí demasiado esta semana, mínimo tengo como cinco libras más que sin duda se notaran bastante con el traje de baño. Voy a tener que ir sin peinar a la oficina mañana para no gastar dinero dos veces en tan poco tiempo en el salón, uff que sacrificio porque si que estoy desesperada por peinarme!

Basándome en eso creo que si, pensamos mil cosas a la vez.

Por esas miles de cosas que pensamos todo el tiempo, tantas familias se sustentan de los salones de belleza, los gimnasio se llenan un mes antes de que llegue la semana santa, arrancamos dieta estricta días o semanas antes de ir a una fiesta, evento especial o a la temida playa.

Si, a la playa, o como yo le llamo en mi cabeza, la pasarela de los complejos.

Lugar donde a todas las féminas se nos pone a prueba, mientras que los hombres más relajados se dedican a calificar que ¨modelo¨ tiene la mejor silueta curvilínea de acuerdo a sus gustos.

Si tienes un cuerpo fenomenal no habrá problemas, el asunto es que la cantidad de cuerpos perfectos es bastante reducido y todos andan queriéndose tapar alguna cosa en la playa (a excepción de las extranjeras, quienes sin importar como estén sacan todo lo que tienen para contemplación publica).

Piernas flacas, sostenes vacíos, barrigas muy voluminosas, pelo al que le resbala el agua, abundancia o ausencia de trasero, pelo en el pecho, en las axilas, entre muchas otras cosas más quedan al descubierto en esa caminata, que se hace eterna, desde el lugar donde estas sentado a tu encuentro con el mar, momento en que sientes ser el centro de atención, todos los ojos sobre ti y tu mente centrada en tus complejos.

Cuando yo entre a la adolescencia y cobre consciencia de mi apariencia yo estaba muy segura de que todo estaba mal en mi, comencé a usar las franelas de mi hermano y los pantalones más holgados que encontré en el closet y así me vestí durante un largo período, sintiendo que de esa manera nadie se daría cuenta de todo lo que estaba mal en mi, pues apenas se me distinguía el cuerpo entre tanta ropa.

Y yo, que en mi niñez no podía ni siquiera dormir de la emoción cuando me decían que al día siguiente me llevarían a la playa, ahora sentía que era un castigo cuando me anunciaban que pasaríamos un día de mar, sol y arena, pues allí no podría seguir con mi ropa holgada, era demasiado extraño estar así en una playa.

Tenía varios trajes de baño, pero estaba negada a usarlos, no quería que nadie me viera nada, por eso opte por usar lycras cortas y camisetas largas para bañarme. Solo así me sentía tranquila, pero igual no disfrutaba nada.

Yo que siempre había amado la playa, la sensación de la arena en los pies, el olor del mar y hasta el aroma del bloqueador solar, ya no podía disfrutar de nada de eso, solo porque no quería que nadie me viera y no dejaba de pensarlo de manera compulsiva.

Le pedí tantas veces a Dios que me cambiara, que me hiciera más bonita y así ser más feliz, pero la respuesta siempre fue la misma imagen en el espejo.

Fue una semana santa que mi familia decidió pasarla en un resort, cuando todo cambio. Iba yo mortificada caminando por la playa concentrada en mis complejos cuando alcance a ver a un jovencito con la columna desviada que caminaba doblado en dos, con la cara bastante cerca del suelo, auxiliaba sus pasos con uno de sus brazos y se movía con dificultad; aun así, sostenía una bandeja de dulces de coco que vendía para sobrevivir.

¿De que me estaba yo quejando? ¿Cuál era mi gran problema? ¿No lucir como las modelos de la televisión o como esas mujeres que aparecen en los anuncios publicitarios con poca ropa?

Yo lo tenía todo y estaba haciendo mi vida miserable porque me obsesione con las cosas que no tenía, obviando todo lo que si se me había concedido y poseía.

Decidí abandonar la ropa hiper holgada (mi hermano recupero su closet), comencé a vestirme como una muchacha normal y todos comenzaron a verme con nuevos ojos.

Cuando iba por la calle me piropeaban, comencé a recibir cartas de amor en el colegio y a rechazar jovencitos.

No me hice ningún ¨cambio radical¨, ni me volví el cisne después de ser un patito feo, siempre fui la misma, lo único que cambio en mi fue la actitud.

Ahora, no digo que no piense en depilarme o las libritas de más que pueda tener antes de ir a la playa, pero ya nada me impide disfrutar el mar a plenitud, no me importa que me miren. Para bien o mal, esta soy yo, soy así y así me acepto.

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