lunes, 19 de octubre de 2009

Educación para una prostituta


Suena horrible pero sería demasiada hipocresía no admitir que crecimos escuchando a la familia advertirnos que al momento de elegir pareja buscaramos ¨refinar la raza¨, o sea evitar relacionarse seriamente con una persona de color (en un país donde somos negros todos) y me atrevo a afirmar con seguridad que todas hemos recibido el consejo de buscar un hombre que este ¨parao´¨ econonómicamente para que no pasemos trabajo en la vida y estemos bien protegidas.

Al menos yo aún continúo escuchando a mi mamá decirme que no quiere nietos prietos y feos en su casa ni pelagatos en su puerta.

Yo que nunca he tenido el espíritu que se requiere para ser una cazadora de fortuna, tengo el leve presentimiento de que le fallare en la misión de encontrar un hombre bien posicionado para pasarme el resto de la vida… Lo del nieto feo es otro cuento, quien sabe lo que pueda pasar… No tengo restricciones mentales en cuanto al color de la piel, de hecho he tenido novios de casi todos los colores, y aunque suene trillado y hasta cursi… Me importa más lo que lleven en su corazón que lo esta en sus bolsillos o el tono exacto de su piel (blanquito, indiecito, morenito, prietico, ect).

No es que este orgullosa de ser así, de hecho hasta me siento tonta por no ser más sagaz y dejar a un lado tanto romanticismo estupido.

Así como lo hizo Marianita, quien precisamente hoy me contó (con aires de que se esta llevando el mundo por delante) que tiene marido, que este la ayudo a mudar a su madre del barriecito de mala muerte donde vivían y que pronto andara montada porque ya estan haciendo las diligencias para la compra de un carro.

No sabía que decir con aquella avalancha de buenas noticias, me limite a sonreír y a decirle que me alegraba mucho su mejoría, enviándole de paso saludos a su madre, quien había trabajado por diez años en mi casa asistiendo a mami en los quehaceres domésticos.

Marianita se alejo, dando pasos chuecos por el uso de tacones que no logra dominar,para encontrarse al final del pasillo con un vejestorio ya medio torcido por la edad, al cual premio con un beso en la boca, este le respondió apretando una de sus nalgas.

Ahí fue que comprendí el origen de toda su dicha, aun así no dejo de asquearme la escena que acababa de presenciar: una niña de 17 años fungiendo de mujer/ enfermermera/ juguetito sexual de un anciano que no le quedaba más que dinero para pagar por compañía en sus últimos años.

Yo misma habia presenciado en más de tres ocasiones reprimendas y golpes que Marianita recibía de su madre para que dejara la junta con un grupito de muchachitas (ninguna pasaba de los 15 años) que tenían fama de ¨chicas beeper¨ (o sea de prostitutas) en su barrio. La escuchaba gritarle que no quería que se convirtiera en una mujer de la calle… Y después de todo creo que ella la escuchó, no estaba en la calle buscando hombres, había encontrado uno que la mantenía en una casa cómoda viviendo con él, aún cuando cada cosa que poseía tenía que pagarlo complaciendo las ocurrencias y necesidades del viejo al que llamaba marido.

Tal parece que en esta vida todo es negociable… Y aunque las mujeres del siglo XXI tenemos otra condición en comparación a las generaciones previas, seguimos siendo una mercancía en venta a cambio de la famosa estabilidad económica y el sueño de la casita propia, el perro en el patio y los niños corriendo. A veces simplemente por la seguridad de un plato de comida tres veces al día.

Y aunque criemos a las niñas para estudien y no sean promiscuas, seguimos repitiéndoles el consejito de elegir un hombre de cierto estatus económico que le pueda dar vida de reina aun cuando esto represente SACRIFICIOS y les quede el dilema de tener que elegir entre el hombre de los gastos o el de los gustos... Yo me quedo con el de los gustos, prefiero pagar mis gastos y vivir en mi eterno romanticismo.

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