lunes, 12 de octubre de 2009

La arpía de la oficina



Más asustada que cucaracha en un gallinero llegue el primer día a mi nuevo puesto de trabajo, odio los primeros días de cualquier cosa ¡son demasiado incómodos!
Mi nuevo jefe se tomo personal la misión de darme las explicaciones básicas de mi recién adquirido oficio como su segunda asistente personal, aprovechando para presentarme a Maria Cristina (la primera asistente), quien compartiría conmigo la oficina y los quehaceres diarios, que eran bastantes.
Sin disimular ni un poco, mi compañera de labores, me hizo una inspección visual desde las puntas de mis zapatos hasta el tope de mi cabeza, haciendo un especial detenimiento en mi cartera marrón, la cual a decir verdad estaba un tanto estropeada por la vida y completamente fuera de temporada, pero no había más nada en mi closet, así que era cartera marrón hasta que mínimo cobrara la primera quincena.
Era delgada, de piel morena y evidentemente vanidosa; Impecable en su vestuario, indiscreta en la mirada…
¨Muy linda tu cartera¨, fue la frase con la que me dio de bienvenida, cuando nuestro jefe se retiró a su oficina, yo me limite a sonreír y a guardar lo más escondida posible la vergonzosa prenda.
Cada vez que no comprendía una cosa intentaba pedirle ayuda, pero ella se instalo unos audífonos en los oídos que la ayudaban a hacerse la sorda a mis palabras, sin embargo en cuanto sonaba mi celular o se percataba de que estaba haciendo alguna llamada personal escuchaba mejor que yo todo lo que me decían.
Mi único alivio eran los momentos en que salía de aquella jaula silenciosa para compartir un poco con los demás empleados de la empresa, quienes de un momento a otro dejaron de saludarme con el entusiasmo que lo hacían al principio sin yo comprender el porque.
De pronto sentía que sobraba en aquel lugar donde nadie sentía ningún tipo de afecto o simpatía por mí, no había una sola razón que me hiciera alegrarme en las mañanas de llegar a mi puesto de trabajo. Estaba completamente desolada.
Una mañana llegue más temprano de lo habitual para encontrarme con la sorpresa de que todas mis cosas, incluyendo mi computador, se encontraban en el piso y mi escritorio había pasado a ser casi un pupitre de escuela, mientras que el que previamente me pertenecía lucia más limpio y brillante que antes en el lugar donde se sentaba Maria Cristina.
De pronto lo comprendí todo, era ella la que me estaba haciendo la vida imposible y ni siquiera lo había querido ver, la flaca esa con delirios de grandeza, se había dispuesto a sacarme de aquel lugar y al fin lo iba a lograr porque ya no aguantaba más.
Completamente dominada por la ira abrí la puerta del Señor Martínez y le pedí que me acompañara a mi espacio de trabajo, justo en ese momento llego María Cristina y se hizo la sorprendida al ver todas mis cosas en el suelo y a nuestro jefe a mi lado.
Me limite a decir que definitivamente no era grata en el lugar y que mi compañera se había encargado de hacérmelo saber cada día de mi estadía allí. Tome mis cosas abrí la puerta y me fui para no regresar jamás.
El sueldo era bueno, el lugar era prestigioso y el jefe no era nada complicado, pero mis días allí cada vez se tornaban más amargos, mi terror crecía en cada despertar cuando tendría que volver a enfrentarme a la sorpresita que me guardara mi insoportable compañera. Me deprimía tener que pasar los días más callada que una iglesia porque no tenía con quien comentar cualquier trivialidad de la vida.
Sentía que cada día me moría de a poco, entre cuatro lujosas paredes y la compañía de una víbora humana que al final se salio con la suya… Eso me ayudo a aprender que por ningún sueldo o puesto del mundo sería capaz de vender mi paz o mi dignidad como ser humano.
Irme de aquel lugar encabezan mi lista de las mejores decisiones que he realizado en mi vida.

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